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PASEO NOCTURNO
Por Jorge Oscar Rossi
El ruido de los
botellazos preludiaba una desgracia o una oportunidad; o las dos cosas.
Me asomé al callejón y los vi:
Viejos, sucios y rotosos.
Estaban más para un basurero que para otra cosa. Sin duda llevaban consigo
a todas las pulgas de la Creación.
Sin embargo, se los veía entusiasmados y activos en la tarea de hacerse
pedazos.
Al lado de los desastrados guerreros, descansaba un carrito lleno de latas,
probable botín de guerra. La miserable lucecita que colgaba a través
de la calle le arrancaba algún fulgor maltrecho a las latas del carrito
y a los pedazos de vidrio.
Era difícil aventurar un ganador. Uno de los viejos tenía la cara
ensangrentada pero parecía más fuerte que el otro, quien además
se destacaba por lo manco.
Cara Sangrienta parecía ser el dueño del carro. Tenía un
aspecto más empresarial que Mano Ausente. La gorra de los Chicago Bulls,
un tanto aplastada por la refriega, le daba cierto aire de aventurero emprendedor,
de "entrepreneur", como se dice ahora. Era como la imagen de un capitalista
incipiente y salvaje, con su carro y con su gorra.
El otro, en cambio, daba más el tipo del marginal. Un marginal más
marginal que el propio Cara Sangrante. El brazo de menos ya lo ponía
al margen. Además, ni siquiera tenía gorra. Que se entienda: No
solo no tenía una gorra de los Chicago Bulls, o de los Lakers, o de los
Utah Jazz o de cualquier otro producto del marketing basquebolistico. No, no
era solo eso. Ni siquiera tenía una gorra de Ford, o de Racing o de Menem
`99. No tenía ninguna gorra. No era un ciruja a la moda. Mano Ausente
se cubría la testa con un trapo roto, negro o tal vez gris oscuro. Era
un croto con una absoluta falta de ambiciones, un vulgar salvaje, un ladrón
de material reciclable. Además, le faltaba un brazo. Lo cual, como se
sabe, resulta totalmente asimétrico y poco diet.
¿A quien ayudar?. Había que analizar
detenidamente cual de los dos era más prójimo mío, o si
no lo eran los dos, o si alguno de ellos podía merecer ese titulo.
Soy un hombre de mi tiempo y de mi sociedad, así que estoy más
cerca de la libre empresa, por primitiva que sea, que de la horda primordial.
Lo cual me lleva a Cara Sangrante.
Pero también me siento un marginal y un salvaje contestatario, porque
a veces quiero golpear y destrozar y matar y porque paseó de noche por
barrios desolados y malditos; cuando todos sabemos que la buena y prudente gente
no debe hacer tal cosa, por más sola y desesperada que se sienta.
Así que, ¿a quien ayudar?. Era una buena pregunta. Pero no excluía
otras, por lo que se trataba de una pregunta generosa. Por ejemplo, ¿Había
que ayudar a alguno?. Era un tema que debía ser resuelto con cierta urgencia,
porque la botella que Mano Ausente enarbolaba con su solitario miembro superior
estaba bastante filosa, de puro llena de ángulos extraños y cortantes
que había quedado, mera consecuencia de tanto machacar en forma poco
considerada al oponente.
El oponente, justamente, se hallaba despatarrado en el suelo y no pedía
clemencia porque era un valiente, o un obcecado, o porque no le salían
las palabras.
Por lo tanto, si había que ayudar a alguien, ese debía ser Cara
Sangrante, (Cara Muy Sangrante, en realidad), porque era el que estaba
en desventaja. Y debemos ayudar al débil, dicen en la Iglesia. Debemos
hacerlo por eso. No, no porque lo diga la Iglesia, sino porque son débiles.
Aunque también hay que hacerlo porque lo dice la Iglesia.
Por supuesto que lo anterior solo es valido, siempre y cuando "realmente" debamos
ayudar a alguien en un caso como este. Si no hay que hacerlo, lo mejor es no
ayudar a nadie y así cumplir con el deber, como un buen ciudadano.
Por otra parte, si el caso es que sí, o sea que hay que ayudar a alguno
en una situación como esta, pero uno puede elegir a quien ayuda, yo me
siento inclinado a ayudar a Mano Ausente, porque así ventilo un poco
mi costado salvaje y contestatario y castigo simbólicamente a la libre
empresa que esta destruyendo, con su insensibilidad, a mi hermoso mundo. De
modo tal que, destrozando a Cara muy Sangrante, destrozamos al capitalismo incipiente,
para que no se desarrolle y nos domine y termine aplastando a la gente y despojándola
de su innata capacidad de dar y recibir amor.
El Amor, que cosa linda.
Además, uniéndome a Mano Ausente, me hago socio del más
fuerte y ambos nos hacemos todavía más fuertes y nuestras posibilidades
de ganarle a Cara Muy Sangrante, porque si somos socios entonces serían
"nuestras" posibilidades, nuestras posibilidades, repito, serían mucho
más grandes.
Lo bueno de ser libre es poder elegir.
Y, así eligiendo, ya estoy pateando, muy alegre y distendido, la Muy
Sangrienta Cara. Y cuando, a los gritos, le digo a Mano Ausente que no quiero
ni el carrito, ni las latas, ni ninguna otra cosa más que patear y golpear
y ganarle a alguien una vez en la vida; entonces su inmenso regocijo se une
al mío.
Feliz y placido me siento, luego de la petit masacre.
Que se le va a hacer, mi formación clásica me impide evitar los
afrancesamientos anacrónicos. Así que digo petit masacre y no
pequeña masacre, que sería lo correcto. Es algo que debiera de
corregir, pero ya se sabe que nadie es perfecto, y yo no soy nadie, así
que debo ser imperfecto.
Nadie y yo hacemos un dúo perfecto en la húmeda imperfección
de esta calle.
Ignoro como se sentirá Nadie, pero yo estoy feliz. Patear una cabeza
lo descarga a uno.
Camino tranquilo por el centro de la calle. Siempre me alejo de las veredas
en estos lugares malditos. Los demonios corren por las veredas, encarnados en
ladrones, asesinos y violadores. Estaba pensando que la calle me da paz, cuando
la moto se me viene encima y me manda volando contra el cordón.
Entre la neblina gris los veo bajarse. Parecen un lindo y angelical chico y
una linda y angelical chica. Los demonios son solo ángeles enfermos.
Ahora la neblina es rojiza y pegajosa. El Angel- chico se me acerca y me levanta,
sin permitir que confunda ese gesto con una cortesía. Tiemblo y lloro
del dolor que me produce el estar colgado por los pelos. La mano que los sostiene
se agita. El Angel-chico me sonríe, feliz por su poder y por mi angustia.
El Angel-chica se ríe también. Es muy bonito este ser. Tiene hermosas
tetas, este Angel.
Me duele la frente.
El pequeño Demonio Hombre me suelta y me quedo paradito y tambaleante
como un pobre tipo cobarde. La Demonio se acerca a su compañero y ambos
me miran. Recién entonces veo sus tatuajes y sus aros y los metales que
llevan prendidos en la nariz, las cejas y los labios. Aman los metales, infiero.
Aman perforarse y causarse dolor. Aman la dureza helada del metal afilado, cortándoles
la carne y hundiéndoseles con indiferente crueldad. Como buenos demonios,
aman sufrir y llevan consigo los instrumentos de su sufrimiento, para no olvidar
nunca su amor y la devoción que le deben a su Negro Señor.
Debo darles Amor.
El Angel-chico me esta diciendo algo acerca del dinero que llevo encima. No
me confundirán sus palabras. Le hundo la hoja de mi metal en el ombligo
y serrucho hacia abajo y revuelvo sus entrañas para que pueda sentirse
cómodo mi cuchillo dentro de ese cuerpo infernal. El demonio chilla como
un cerdo y su pareja escapa hacia la moto. No permito la huida. No permito que
el mal pretenda sobrevivir. Antes que pueda poner en marcha su aparato le clavo
mi fierro en la espalda una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho y
nueve y no sé cuantas más veces, hasta que me canso y entonces
la dejo y me voy a sentar al cordón de la vereda y respiro agitado, hasta
que me calmo y entonces limpio el cuchillo y mi mano y mi frente con un pañuelo.
Después me ato el pañuelo a la frente. Mi sangre es sagrada y
escasa y no quiero que me abandone. No deseo lo mismo acerca de mi dolor.
Me levanto y me voy porque y solo porque debo seguir mi paseo por los barrios
malditos.
Solo puse a dormir a los Angeles demonios porque, ¿qué mortal
puede matarlos?.
Cuando me hago preguntas como esta, suelo poner en duda las virtudes de mi educación
clásica.
Ahora que lo pienso, es como que de repente me hubiera
puesto un poco místico.
Es uno de los efectos que causan los barrios malditos.
Duele menos, la frente. Ahora camino por la vereda y, justamente, por la vereda
infame.
Lo veo saliendo y, de vuelta la mística, le doy gracias a Dios.
El viejo me mira y se apura a cerrar la puerta del negocio y se queda afuera,
indeciso. Me vio, pero lo que vio fue a un tipo sucio con un pañuelo
ensangrentado en la cabeza. A perdedores como estos suele arreglarlos con unos
pesos, para que no molesten. A perdedores como yo los trata de otra manera.
Su corazón de usurero lo dejo parado en esa vereda maldita del barrio
infernal. No quiere meterse en la oficina para que el tipo con cara de loco
y frente ensangrentada de bandido fracasado no se le meta por detrás.
No va hacía el auto por lo mismo. Prefiere morir a enterarse que fue
robado. También, puede ser que se salve con tirarle unos mangos a ese
piojoso. Será porque piensa eso, que al viejo se le forma una sonrisa
mezquina.
Me acerco un poco y ahí me reconoce.
Su corazón de usurero no le sirve. Se lo arranco con el cuchillo y las
manos. Todavía palpita cuando estrello contra la vidriera de la oficina
a esa masa de carne con sangre que alguna vez sostuvo la vida de un infame.
Solo había venido a pasear por los barrios malditos. Solo quise contemplar
el lugar donde se inicio mi caída. El cuchillo esta ahí, entre
mis ropas. Siempre va conmigo. Siempre voy por la noche, porque no puedo dormir,
solo soñar. Solo soñar con ángeles y demonios vestidos
como hombres. Solo soñar con criaturas de la Oscuridad que te sorben
la sangre y te sonríen y te tratan de vos y te dicen que no te preocupes,
que firmes ahí, que no hay ningún problema, que todo se va a arreglar,
que no vas a perder tu casa, que es solo una formalidad, que entienden tus problemas,
que comprenden tu desesperación, pero que tenés que pagar, que
tenés que ponerte con la plata porque vos firmaste, así que no
te hagas el vivo, que te voy a dejar en la calle si no pagás el capital
y los intereses, que me importa un carajo que tu mujer esté enferma,
que vos no tengás laburo y que tu pibe se haga pis en la cama de lo mal
que esta, que tenés que pagar o pagar y si no podés, jodete,
¡que tanto!.
Está amaneciendo. Mi sangre y su sangre me estampan
la camisa y el pantalón. Me siento aliviado y soy feliz porque Dios fue
bueno conmigo esta vez.
Es hora de regresar.
(c) Jorge Oscar Rossi,
1999.
VER LAS ILUSTRACIONES DE JOSE BELTAMO BASADAS EN ESTE CUENTO
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