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PANÓPTICO
por Juan José Canavessi
Distinguidos colegas, académicos y autoridades: buenas noches.
Se me ha pedido que relate el experimento y comparta mi análisis del mismo.
Pues bien, al grano.
Comenzamos la experiencia recogiendo los siglos de ensayos realizados con anterioridad,
ya que la ciencia camina sobre la fecundidad de la historia. Analizamos, descubrimos,
planificamos. Por lo tanto, podemos asegurar que los dos prisioneros recibieron
los peores tormentos que la humanidad podría imaginar.
Ni en las antiguas deportaciones asirias campeonas del desarraigo, ni en las
campañas imperiales de Roma imponiendo el derecho del más fuerte, ni en las
fanáticas incursiones de los almorávides contra la reconquista cristiana, jamás
se intentó un castigo tan sutil, un daño tan ingeniosamente provocado. ¿Que
la crucifixión de las culturas precolombinas fue sagaz? No olvido los mongoles,
por supuesto. ¿Y qué decir de nuestras guerras mundiales? La sofisticación de
los campos nazis compite con la efectividad de Hiroshima.
Sí, hubo páginas tan terribles como brillantes. Así y todo, no creo que haya
existido un club de verdugos tan ansioso por explorar los límites de la animalidad
humana como el equipo científico que llevó a cabo esta experiencia reveladora
de la que les brindaré una apretada reseña.
Empiezo por nuestro tubo de ensayo. La celda tenía una estructura simple y novedosa:
era un cubo de acrílico. Paredes, techo y piso iluminados por una invasión de
potentes reflectores dispuestos de tal manera que resultaba imposible proyectar
sombra alguna. Quisimos eliminar hasta la intimidad que las más tenues tinieblas
pudieran prestarles. La noche, en cualquiera de sus formas, facilita el vuelo
de la imaginación y el descanso de la fantasía. Nada de noches, nada de sueños.
Nada de evasiones, siquiera mentales.
La carencia de rincones, refugios y matices perseguía un objetivo preciso: borrar
toda ilusión de espacio y tiempo. El ámbito creado, pues, reproducía una suerte
de eternidad sui generis. Basados en que el tiempo es la medida del movimiento,
la anulación espacial produjo una suerte de cápsula acrónica. Sensación espacial
casi nula, ausencia práctica de cambios y movimiento, pérdida de los parámetros
necesarios para medir el tiempo. Expulsando así el futuro quisimos someter los
especímenes al máximo posible de desesperanza. Esto revela, a mi juicio, interesantes
aristas antropológicas, ya que tuvimos la precaución de trabajar sobre uno de
los máximos poderes humanos: la esperanza. Supimos que mientras un gramo de
ésta palpitase secretamente en los condenados, ninguna prisión sería completa.
Los detenidos estaban desnudos y expuestos permanentemente a nuestras miradas.
Ellos no nos podían ver por el exceso de luz. Nunca supieron, o por lo menos
eso creo, que eran observados por decenas de ojos. Sus campos visuales quedaron
tan reducidos que uno de mis colegas anotó en su cuaderno que los presos eran
sometidos a un "síndrome de aburrimiento ocular", una suerte de ceguera vidente,
ceguera por ausencia de objetos y no por defecto orgánico.
¿Cómo los alimentamos? Unas geniales pildoritas cumplieron ese cometido. Inventamos
una especie de fast food que resultó todo un logro. Para hacer honor a la verdad,
el procedimiento escogido no dependió de otra cosa que de la estética. Intentamos
anular toda excreción que, además de antihigiénica, supondría un agudo daño
a uno de los tesoros más valorados de toda la experiencia: me refiero a la belleza
escenográfica, al deleite plástico. Por idéntico motivo, se les proporcionaba
diariamente unas toallitas embebidas en aceites especiales para que pudieran
asearse.
Ningún sonido penetraba en el cubo, el silencio sólo podía ser quebrado por
los propios prisioneros. Al cabo de unos cuantos meses ya no tenían nada que
decirse. Habían formulado todas las preguntas imaginables respondiéndolas en
todos lo sentidos posibles. Entrego copia de los ocho mil seiscientos cuarenta
y tres folios en los que se registran todas y cada una de las palabras de los
reos. Otra copia fue enviada a la Facultad de Filosofía donde varios equipos
están estudiando la evolución del pensamiento de los condenados. Se han encontrado
vetas kantianas, elementos existencialistas y conceptos neoplatónicos.
Como puede verse, el proyecto se fundaba en la sustracción. Este hallazgo conceptual
piloteaba toda la experiencia. Anótese este dato para futuros experimentos.
Repito: sustracción.
Nunca se los separó, confiando en que la obligada convivencia sin resquicios
para la más ínfima soledad aportaría su cuota de tormento e incomunicación.
Los prisioneros se iban transformando en dos siluetas sin antecedentes, absolutamente
nuevas y surgidas de la nada. Era el momento esperado. Entonces se puso en práctica
la idea de acrecentar todavía más el tormento. Quisimos explorar. Luego de años
de sustracción pensamos que el tiempo había llegado.
¿Seguirán siendo humanos?, nos preguntamos.
Considerando que la destrucción de los presos estaba en su clímax, les arrojamos
una dosis gigantesca del más codiciado de los bienes que les habíamos sustraído:
una explosiva compulsión a la libertad. Mientras los reos dormían, depositamos
el único objeto que ingresó en la celda, excluidos sus propios cuerpos, las
toallas de aseo y las diminutas pastillas: un revólver con una sola bala.
Los presos tardaron semanas en reconocerlo. Se vieron obligados a tomar una
decisión, algo ya pretérito en sus organismos. Nosotros esperábamos este remate,
verdadero broche de oro para el ciclo. Dimos por descontado que se entablaría
una lucha por el poder, es decir, por el arma. Lo que después se hiciera con
ella provocó una intensa discusión.
Unos sostuvieron que vencería el suicidio del primero que lograse hilar dos
neuronas; era la salida más lógica y racional, la única evasión posible.
Otro grupo, mayoritario, apostó todo su prestigio al homicidio. El instinto
de supervivencia individual, decían, supera todo raciocinio y el miedo a ser
asesinado inspirará una primera reacción: asesinar. Argumentaban: ¿acaso no
conocemos infinidad de vidas que se desarrollan en condiciones semejantes a
la de estos pobres reos? Pues bien, el índice de suicidios en tales casos es
ínfimo, pero el de delitos y homicidios es altísimo. Aun en las peores condiciones,
el ser humano persigue su preservación.
El primer grupo insistía con la autoeliminación: ¿hay algo más instintivo que
el egoísmo? Además, también es una forma de preservación. Por eso, ninguno de
los presos podrá resistirse a llegar primero a esa bala salvadora.
No nos pusimos de acuerdo. Decidimos no hacer proyecciones teóricas y dedicarnos
a observar. Estábamos ansiosos por el desenlace. Confiábamos en que, cualquiera
fuese, ya reinaba en la celda un crescendo permanente de incertidumbre dolorosa,
de culpa y de remordimiento. Brillante. Ya sentíamos latir la emoción del último
acto.
Pero ocurrió algo no previsto. Aguardando la completa despersonalización de
los condenados, muchos miembros del equipo fueron cayendo en abismos peores
que los que provocaban. La fruición por engullir la crueldad del espectáculo
que esas dos marionetas obedientemente ejecutaban los ató al cuadro, de modo
que varios permanecieron absortos sin cumplir horarios ni retornar a sus hogares.
Temían perderse el final. No podían despegar los ojos de esa celda muda, de
la que ellos mismos parecían cautivos.
Como el final se demoraba, ellos dormitaban aprovechando los momentos en que
los presos descansaban y se alimentaban con las mismas cápsulas que los reos.
Se creó una atmósfera de silencio monacal. Toda cordura pareció abandonarlos,
embriagados por el deseo dionisíaco de presenciar el sufrimiento último de aquellos
dos elegidos.
Lamentablemente, no pudimos controlar esa situación imprevista. Uno de los doctores
y yo nos percatamos del giro copernicano del experimento. Comenzamos a observar
no sólo a los prisioneros, sino también a nuestros colegas. El doctor y yo pensamos
seriamente en anular la experiencia y poner fin a la peste que se propagaba
en todo el equipo. Pero, tras largos debates, optamos por continuar. La ciencia
precisa de sacrificios. Los reos cumplieron con el suyo, ¿por qué liberar a
los neopresos de su papel? No teníamos derecho a interferir. Aún hoy estoy convencido
de eso. No se apresuren a juzgarnos. Piénsenlo.
Respecto de los científicos, señores, puedo asegurarles que ellos no lograron
nunca darse cuenta de la aguda atrofia que comenzaban a padecer. Considero que
el proceso fue absolutamente indoloro. ¿En qué lo fundamento? En la dosis de
anestesia emocional que recibieron a lo largo de los meses que dedicaron a la
observación de la celda. Toda su atención intelectual, afectiva, pasional y
volitiva estaba tan atrapada por el regocijo proveniente de esa mágica cajita
que cualquier forma de autorreconocimiento pasó a ser una quimera inalcanzable.
El exceso de pasión que experimentaban al sentir aflorar el perfume de sus sentimientos
más ocultos y minerales los fue derritiendo interiormente.
Señores: con la anestesia también llegó una forma aberrante de amnesia. La acronía
de la pecera se estaba proyectando hacia afuera, al igual que el síndrome de
aburrimiento ocular y el ensordecedor estruendo del silencio. El desenlace se
demoraba al infinito, de modo que nuestros colegas también cayeron en la más
aguda desesperanza. Permanecían aguardando algo que ya no esperaban.
Contarlo es revivirlo. Perdonen este carraspeo traicionero.
Encontrarán en el informe que el doctor y yo confeccionamos los resultados definitivos
y todos los detalles de la infeliz culminación de esa fase del experimento.
Para esta exposición bastará decir que muchos de los miembros del equipo saltaron
un vallado imperceptible y pasaron a ser demiurgos embelesados por su creación
artesanal. Creyeron ser dioses. Tuvimos que ordenar terapias de apoyo para tres
de ellos. Cuatro debieron ser internados en un instituto para recuperación de
adicciones. Uno murió de espanto cardíaco y otros tres perdieron la vida en
accidentes que podrían ser definidos como pseudosuicidas. El resto de los integrantes
del equipo desertaron. Las familias de todos ellos acaban de presentar demandas
millonarias, que nuestros abogados están analizando. Según nos informan, no
hay nada que temer sobre el particular.
A todo esto, señores, el arma aún continúa en su lugar. Ya han pasado meses
y los dos hombres siguen con la rutina de siempre. El revólver no parece inquietarlos.
Cuando pasan cerca de él, lo esquivan cuidadosamente. Mientras el tiempo corre
para los únicos dos observadores que trabajosamente perseveramos, los reos ya
se encuentran en otra dimensión, desarrollando sus vidas aparentemente delante
de nuestras narices, aunque, en realidad, viven regidos por otros tiempos y
códigos que cada vez resultan menos comprensibles para nosotros. Considero que
los fuimos perdiendo. Ya no podemos observarlos ni discernir nada acerca de
ellos.
Sin embargo, estamos convencidos de que se debe continuar. Tanto los reos como
los científicos sobrevivientes deben ser estudiados. Se están abriendo puertas
ignotas. Debemos estar allí. Por eso, tomamos la decisión de elaborar un informe
especial, pidiendo a zoólogos reconocidos que se incorporen a la observación
de todos los involucrados. La solicitud está en estudio. Nuestra idea es que
se pueden establecer patrones de conducta utilizando el método comparativo.
Creo que si no se pliegan al experimento con celeridad, el paralelismo ya no
podrá hacerse con mamíferos sino con organismos inferiores.
En suma, señores, y para concluir, sólo puedo decirles que esta experiencia
debe ser concienzudamente analizada por ustedes y las instituciones que honrosamente
representan. A mi entender, se podrán extraer valiosas conclusiones, especialmente
las referidas a la sorprendente interacción entre la celda y el exterior. El
resto de los interrogantes irán aflorando a medida que se avance en la línea
que proponemos. Quienes estén interesados en participar directamente, por favor,
no dejen de inscribirse en secretaría académica.
Señores, esto ha sido todo, por ahora. Les pido me dispensen de responder preguntas,
ya que debo partir de inmediato hacia el laboratorio. Prometí a mi compañero
no ausentarme más de cuarenta y cinco minutos. El desenlace puede ocurrir de
un momento a otro.
Buenas noches y gracias por su atención.
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