
Este cuento se inspiró en la obra «Desnudo V», del artista plástico y escritor Eduardo Poggi.
Desnuda es perfecta, o eso me parece. La veo enorme, soberbia, con esos senos que son tetas, porque senos, en su caso, no significa nada. “Senos” es casi un eufemismo a la hora de describir esas… ¿montañas?, ¿globos?, ¿deliciosas prominencias? …no…tetas, no hay otra palabra: soberbias tetas en el soberbio cuerpo de una soberbia hembra. Ese cuerpo no inspira poesía, inspira lujuria, hipnótica lujuria, catártica lujuria.
Ahí está, parada, con las manos detrás de la cabeza y el cuerpo girando en una pose de estatua griega clásica: las piernas hacía un lado, el torso hacía el otro. Una belleza al completo y por completo indiferente a lo que la rodea.
A mí, por ejemplo.
La amo con locura, hasta las lágrimas…tal vez por esa absoluta indiferencia, por esa lejanía.
Lo mejor de mi vida es verla, olerla, oírla. Si, porque puedo oír su cuerpo…
El hecho de que Ella y todo a su alrededor se vea en distintos tonos de azul no la hace menos real, no para mí.
Lo espantoso de mi vida es la vida.
Levantarme de la cama, tambalearme hasta la ventana y ver, por rutina, la calle gris, llena de gente y podredumbre, imaginándola plena de olor, de calor, de bichos y de pestes, pegajosa por la humedad, y el sudor de miles de idiotas como yo…eso es la vida.
Evito la calle todo lo que puedo. La calle no es mía, como nunca fueron mías las cloacas. Solo que las cloacas no se ven.
Por fortuna puedo trabajar en casa. Trabajo con alumnos por video o por mensajes o por correo o por voz, escribo mis libros y mis notas y mis artículos y veo televisión y noticias.
A veces salgo al balcón, confirmo que el aire espeso es un asco, que los bichos son cada vez más grandes y que el sol me enferma, y entonces vuelvo a entrar, cierro todo herméticamente y vuelvo a filtrar y acondicionar el aire y la luz del departamento.
A veces voy al médico, por las picazones o los dolores. Otras veces tengo que reunirme con alguien. Entonces rezo y blasfemo y grito y lloro y me lanzo al infierno. Si puedo, elijo los días con mucho viento posteriores a alguna tormenta. Camino por calles repletas, llenas de gente que solo se diferencia de la basura tirada porque es más peligrosa. Trato que no me roben, que no me peguen, que no me escupan, que no me enfermen. Trato de no quedar tirado en la calle, doblado por un ataque de tos. Trato que no me lloren demasiado los ojos. Trato que no me ataquen los bichos. Trato de que no me arda o me pique tanto el cuerpo. Cuando vuelvo a casa suelo tener un acceso de temblores.
Lo mejor de todo es que solo necesito estar vivo seis o siete horas.
El resto del día, klameo y es como estar muerto, pero mejor.
Con dos klamas me muero más de diecisiete horas…y estoy con Ella, en el caldo azul profundo, azul celeste, azul oscuro…
Estoy con Ella pero Ella no está conmigo. Esta ahí, pero no conmigo.
Puede sonar extraño, pero eso casi me reconforta. No puedo contagiarle mi olor, mi sudor, mi dolor, mi alergia, mi podrida humanidad.
Ella tiene un perfume,…no…un aroma. Tampoco. Es un olor, olor es una palabra sincera. Su olor me hace acordar a como huele una vagina después del orgasmo, luego de correrse el liquido y manchar muslos y sabanas. Una vez, hace mucho, realmente mucho, sentí ese olor. El de Ella es así, pero mejor. Tiene la fragancia de un orgasmo siemprevivo. No es el olor de un orgasmo que se apaga, que baja melancólicamente del Cielo del Goce al vulgar infierno de la continua y constante mierda terrenal. El suyo es el olor de un orgasmo que no cesa, que se renueva, que es puro, sereno y perpetuo en su placer…
Nunca la toqué, pero puedo sentir su piel y su calor. Las tetas, por ejemplo, son menos calientes que las piernas. La cara es suave y bastante fría, igual que las manos…
Lo más espantoso de mi vida es vivir. Abrir los ojos después de klamear.
“Klama te calma, que calma te da Klama, para calmarse hay que klamearse, klameate y calmate”, rebota como un mantra en mi cabeza, como ruido de fondo, pero solo cuando estoy vivo. Es un recordatorio que me invita, insistente, a morirme. Pero necesito mis seis o siete horas de vida. Necesito ganar moneda para comer, para no terminar en la calle, para pagar por remedios para las alergias y los dolores…y para klamear.
Klama, maravilla de la ciencia de un mundo que se muere pero no deja de darte algún imprescindible placer. “Klama te calma, que calma te da Klama, para calmarse hay que klamearse, klameate y cálmate”
No, no estoy fuera de todo, claro que estoy al tanto. Los klameadores seremos enfermos, seremos débiles, seremos las ratas que buscan escapar de esta vida podrida, pero no somos idiotas. Ayer me informé a conciencia, por televisión y noticias: Nos quedan diez años, treinta y está todo bien, no hay nada de que preocuparse. Todo es una basura, es más o menos una basura y está todo perfecto. Lo dice gente que sabe y uno puede elegir la respuesta que más le guste. Todas son verdaderas. El mundo es una mierda…o no. Me importa mucho, poquito y nada. A veces tiemblo, un poco, después de ver noticias. A veces me rió. Si, los klameadores también reímos.
La klama es azul…la pastilla, digo. Dicen que por eso la muerte klameada es azul. El Infierno es rojo, ¿no? Bueno, mi muerte es azul. No estoy en el Infierno, por lo menos, la mayor parte del tiempo. Seis o siete horas por día, si, pero la vida es un infierno gris, no rojo. Un infierno decadente, mediocre, miserable. No quiero tener nada que ver con él. Me da miedo, asco…no lo quiero.
Trabajo con un alumno por video y evito ver sus granos y su baba. Si, tiene baba en las comisuras de los labios. Baba burbujeante, un poco como pastosa. No tiene dientes porque tener dientes es símbolo de violencia, de agresividad, de predación…así lo sostiene este idiota y los otros idiotas que piensan igual. Por eso se hizo sacar los dientes y los reemplazó por la baba que se le escapa. Los granos son por alergia, como los míos, estoy seguro. Deben picar y doler.
Quiero clavarme una klama (¡clavarme una klama!, ¡buena frase!)…quiero clavarme una klama y morirme ya y volver a Ella, pero tengo que terminar con ese alumno y entonces me concentro, me enfoco, eso, me enfoco y lo escucho, o algo así, e interactuó con él, o algo así, y por fin terminamos y su cara y sus granos y especialmente su baba burbujeante y pastosa desaparecen…
Antes de ir a la cama a calmarme con klama (cama, calmar, klama…) miró por la ventana. Todo sigue gris y asqueroso, todo puede durar diez años, treinta o estar bien, no hay problema, seguiremos así para siempre.
La klama es azul…como Ella, siempre igual, siempre hermosa, siempre perfecta, siempre a mi lado pero nunca junto a mí…
Trabajo con otro alumno por voz y escucho su voz de nene de cinco años, aunque sé que tiene casi treinta. Pero habla como de cinco años porque él y los otros idiotas como él sostienen que hay que encarnar al “niño eterno” y parece que eso se logra, según estos asquerosos imbeciles, hablando como un niño. Así que le contesto sus sesudas preguntas, preguntadas como un nene curioso que quiere saber los porqué de todo y así me insiste: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? a cada una de mis respuestas, sin casi tomarse tiempo para respirar. Porque el niño eterno pregunta y pregunta, que por eso el niño eterno es filósofo, además de niño, que ahí está precisamente la sabiduría ancestral del niño eterno…este imbecil está escribiendo su tesis de doctorado al respecto. No solo habla, también lo escucho sorberse los mocos, como buen niño. No hay video, el niño no quiere ser visto, el niño eterno es tímido…
Quiero clavarme una klama (si, realmente es una buena frase)…quiero clavarme una klama y morirme ya y volver a Ella, pero tengo que terminar con ese alumno y entonces me concentro, me enfoco, eso, me enfoco y lo escucho, o algo así, e interactuó con él, o algo así, y por fin terminamos y su voz y sus mocos desaparecen…
Antes de ir a la cama a calmarme con klama (cama, calmar, klama…) vuelvo a mirar por la ventana. Todo sigue gris y asqueroso, todo puede durar diez años, treinta o estar bien, no hay problema, seguiremos así para siempre.
La klama es azul…como Ella, siempre igual, siempre hermosa, siempre perfecta, siempre a mi lado pero nunca junto a mí… ahí está, parada, con las manos detrás de la deliciosa cabeza y el cuerpo girando en una pose de estatua griega clásica: las piernas hacía un lado, el torso hacía el otro, las tetas soberbias de la Hembra.
Si, es la Hembra, la Belleza al completo y por completo indiferente a lo que la rodea…por eso la amo con serena desesperación, porque eso es la muerte azul: una feliz desesperanza, una perfecta consciencia de estar al lado de la perfección y saber que jamás se alcanzará, que lo Perfecto ni siquiera se dignara mirarte a los ojos y, a pesar o precisamente por eso, estar calmo y complacido. La lección que me dio la klama: Nada se espera, nada se puede conseguir y estoy feliz con eso. “Klama te calma, que calma te da Klama, para calmarse hay que klamearse, klameate y calmate”.
Trabajo con otro alumno por video y lo veo y no lo veo porque cubre su cara con la mascara de un perro. Hoy es un perro, anteayer era una oveja. Acompaña sus frases con ladridos, como de un chihuahua, aunque tiene la máscara de un bulldog. Explora su animalidad y busca conectarse con sus instintos, con su ser…
Hace tres meses que no sale de su casa. Lo envidio profundamente y pienso en que si el precio para no salir más a la calle fuera ponerse una mascara de mono, lo pagaría con gusto.
Quiero clavarme una klama…quiero clavarme una klama y morirme ya y volver a Ella, pero tengo que terminar con ese alumno y entonces me concentro, me enfoco, eso, me enfoco y lo escucho, o algo así, e interactuó con él, o algo así, y por fin terminamos y su mascara y sus ladridos desaparecen…
Antes de ir a la cama a calmarme con klama miró, como siempre, por la ventana. Todo sigue gris y asqueroso, todo puede durar diez años, treinta o estar bien, no hay problema, seguiremos así para siempre.
No me importa, como nunca me importa. Por hoy, mi vida terminó. Tomo la klama y voy hacía Ella que, indiferente, me espera.
© Jorge Oscar Rossi, febrero de 2010