LOS NEGROS PERROS CALLEJEROS

Cuando se acabó la AVI, los perros salieron de los pozos y quemaron y rompieron y violaron y mataron todo lo que pudieron; y nosotros miramos, gritamos y lloramos como las pobres tristes personas de siempre.

No sé si tengo miedo por ser un viejo de ciento tres años o porque soy un cobarde.

El piso 30 me protege y me sirve de grandioso mirador de la grandiosa destrucción perpetrada por los negros perros callejeros.

Mi Asistente me sobrecoge con sus Muestras y la Cargacaliente hierve de calentura, ansiosa por Descarga.

La luz parpadea y se apaga. Son solo tres minutos que malgasto gritando de furia y quejándome por mi desgraciada vida. La vuelta de la luz me encuentra sudado y tembloroso.

No hay contactos ni Descarga para la Cargacaliente; y su calentura me explota en la frente y me late en las sienes.

Tomo agua verde para calmarme, mientras me preparo para el contacto, cuando la oscuridad vuelve.

 

No hay contacto ni Descarga y sin Descarga solo hay carga y más carga.

 

La Cargacaliente hervía y se contoneaba desnuda, exigiendo orgasmos y sexo violento, cargándose más y más…hasta que reventé.

Desperté desnudo, solo para aullar de dolor, con la entrepierna en llamas.

No sé qué me había hecho, pero la mancha de sangre en la pared me daba una idea.

“Ciento tres años con geriovitales es otra vida”, me murmuró la Cargacaliente más de una vez…y debe ser así, por la forma en que había frotado mi cosa de machoviril contra la pared.

La Cargacaliente dormía, tranquila, la muy puta, después de haberme hecho mierda. Esta vez el corte fue más largo, cuarenta minutos y se nota que no lo pude soportar. Agua verde, harina rosa, humo celeste, nada me calma lo suficiente.

Mi Asistente gritó a Emergenc, pero nadie vino. Los perros están rompiendo todo, allá abajo.

Me curo mi cosa de machoviril como puedo, me pongo una bata y salgo al pasillo, a ver a los vecinos. Nadie me contesta. La Cargacaliente los estará exigiendo, como a mí. O estarán desmayados o saliendo del desmayo, o temblando, o llorando.

Mi Asistente recomienda Descarga en los próximos treinta minutos, así que bajo dos pisos, solo para confirmar que ningún Vecino me atiende. Vuelvo a casa al filo del límite de la Descarga. No puedo volver a reventar.

Me conecto y entro en la orgia de orgasmos y sexo violento, gritando, gimiendo, aullando, golpeando, penetrando, dando y recibiendo más y más hasta quedar completamente drenado. Me desconecto para certificar que estoy saludablemente bañado en sudor y relajado.

Ahora sí: ¿Que estarán haciendo los perros?

 

NO PRODUCTIVO: COMPENSAR = NPC = NEGRO PERRO CALLEJERO

“Son las victimas del sistema y deben ser indemnizados, con la Asistencia Voluntaria Integradora (AVI), dice la publicidad oficial”. Les damos avi para que no rompan todo, decíamos, muy risueños.

 

Sin Cargacaliente, recuerdo:

De un lado los cruzados, con banderas y con armas pesadas, con la Cruz omnipresente, tatuada a fuego en la frente, en el pecho, en las manos y en los pies.

De otro los muslines, tan fanáticos, armados y tatuados como los cruzados, sólo que la Media Luna reemplaza a la Cruz.

En el medio, los pasivos, como yo, encerrados en los barrios y, afuera, desesperados de hambre, los negros perros callejeros.

¿Cómo era? …»Ave María, llena eres de gracia…»

¿Cuándo fue?… diez, quince, veinte, treinta años…

 

¿Cuantos eran?… ochenta, cien, ciento veinte chicos y chicas de doce, trece, quince años, orando a todo pulmón, con banderas con cruces y el nombre del Colegio… algo de la Inmaculada Concepción…tal vez

Marchaban en tres filas por esa calle de barrio de gente de plata, controlados por las maestras o profesoras.

Se quedó paralizado, mirándolos…y tuvo una visión… Ese era el futuro horrible que les esperaba, era el futuro que se habían sabido conseguir.

La Cargacaliente regresa, suave, insinuante, puta, amorosa, dolorosa. Crece dentro mío.

 

******

«Los droides putos de los pasivos nos están haciendo mierda», hubiera pensado Sugo, si tuviera capacidad para articular un pensamiento tan largo. Más bien pensó/sintió furia/dolor/odio porque los droides de los pasivos los estaban destrozando. Los pedazos de Etor, compañero de jauría de Sugo, lo testificaban.

Sugo logró llegar al acceso de uno de los baprivs pasivos y trataba de romper la entrada a fierrazo limpio.

Tenía hambre, además de furia. De tener una precisa noción de tiempo, sabría que los pasivos no habían tirado comida al pozo en la última semana.

Por eso salieron a reventar los baprivs y a matar pasivos.

Sugo entendía los ladridos de sus compañeros de jauría. Un pasivo especializado en ciencias sociales explicaría que esos ladridos eran en realidad un dialecto de los perros, pero eso a Sugo no podía importarle menos.

Lo único que sabía es que no tenía la menor idea de lo que le estaba ladrando el droide que lo había dejado paralizado, tirado, meandose y cegándose encima sin poder hacer nada más que tratar de no ahogarse en su propio vomito. De tener memoria a largo plazo, recordaría que no era la primera vez.

El droide le ordenaba que permaneciera en el piso, listo para ser detenido, pero lo hacía en un dialecto incomprensible para la jauría de Sugo, tal vez porque los de su pozo nunca habían llegado tan lejos.

Algunos compañeros de jauría derribaron al droide a fierrazos y arremetieron contra la entrada para ser despedazados por otros droides.

Para Sugo, el resultado de todo esto es que pudo escapar, mientras luchaba por controlar los vómitos.

«Comida», ladraron algunos de los de su jauría, y no se necesitaba mucho aviso porque las cajas caían aquí y allá.

Los droides dejaron de perseguirlos y de matarlos cuando ellos, los perros, se dedicaron a escapar con las cajas. Ni siquiera los siguieron a los pozos.

 

El cartón de Sugo era tan sucio y mínimo como los otros. Apenas cabían, él y los suyos. Ahora sus crías y su hembra andarían por algún lado.

Abrió la caja y solo ver la comida y la bebida y.…la ropa, lo puso feliz.

Ropa.

 

Necesitaba ropa porque la que tenía puesta estaba rota, cagada y meada.

«El Gobierno pensaba en todo», era una ironía que Sugo no estaba en condiciones de formular.

En cambio, Sugo estaba feliz…y apestaba.

Ahora que no tenía miedo, el hedor a mierda y a meo lo llevó al charco del pozo, donde una centena de perros se revolcaba alegremente.

 

Muy alto, los droides aéreos verificaban que el montón de cartones unifamiliares que rodeaba el enorme charco de agua semiestancada se encontraba en paz.

La situación se repetía en todos los pozos del sector.

 

*****

Arrodillado frente a la gran Cruz del Altar Mayor, Gabriel se ajustó el cilicio hasta el límite de lo tolerable.

Ya cubierto con la túnica blanca, permaneció de rodillas, rezando​ a la Inmaculada, al Cristo Sufriente, al Hermano Arcángel, pidiéndoles​ perdón por los pecados y por la debilidad de la carne frente a la Cargacaliente; así como ayuda y guía para acabar con los inicuos, con los malos, los desviados, los perversos, los que ofenden al Padre y a la Santa Cruz…

El ruido de tacones lo sobresaltó. Furioso, giró la cabeza para saber quién lo interrumpía.

La firme mirada de Lucas, su ayudante, le indicó que se trataba de algo importante.

– Los negros volvieron a los pozos – se limitó a decir, guardando la posición de firmes.

Con trece años, a Lucas todavía le costaba tapar el pecado de vanidad, por el orgullo que sentía en exhibir sus cruces grabadas a fuego en la frente y las mejillas. Gabriel ya era un Cruzado pronto a cumplir diecisiete años y estaba acostumbrado a sus Símbolos, a sus flagelaciones y a todo lo que fuera honrar al Cristo Sufriente.

– ¿Hay Cruz en la calle?

–  No, Hermano, pero va haber – le respondió Lucas, casi sin vacilar.

 

Gabriel se volvió hacia el Altar, se santiguó con estudiada lentitud y se puso en pie.

Era hora de matar mucho y bien.

 

***********

Yussuf caminaba por el pozo, fingiéndose un perro.

Las chozas de los infieles inhumanos, perros infieles, se desparramaban a un lado y otro.

«Pozo de inmundicia…pozo de fuego», pensó.

Los perros ladraban, como siempre. Parecían contentos por la comida. Ya no recordaban la batalla con los droides. Comida y ropa, ropa y comida, no querían más, no soportaban menos.

Eran impuros de toda impureza.

Eran impuros…impuros…todos eran impuros…todos debían morir. Era lo único que importaba en la vida y en la muerte de Yussuf. Había sido generado para ir al Paraíso, luego del fuego purificador.

Se detonó en el centro mismo del Pozo y el fuego se esparció en oleadas hasta quemar todo y a todos, mientras los perros chillaban y morían y los droides aéreos grababan.

****

«La protesta cesó…la protesta cesó…la protesta cesó», tranquiliza la Descarga. Llueven datos calmantes y optimistas.

 

«Seguimos felices», pienso.

Silana quiere mezcla y le doy. Es hermosa, tal como la conozco. Hermosa, exhuberante y refinada Hembra/Macho. Ella me conoce hermoso, también. Hermoso, exhuberante y refinado Macho/Hembra. La Descarga nos mezcla hace años (9322 días, me dice)

Me pregunta por los perros, aunque sabe lo mismo que yo: los perros están, viven, comen, matan y mueren y eso es lo único que sabemos.

Me pregunta por los Cruzados, aunque sabe lo mismo que yo: los Cruzados matan muslines, matan perros y, cuando logran Conversiones, matan pasivos. A mis ciento tres años sé eso y a sus ochenta y cinco, Silana también lo sabe.

Sabemos todo lo que la Descarga nos hace saber.

Me desconecto, aliviado; y compruebo que mi cosa de machoviril está bastante mejor. Mi Asistente me recuerda la próxima dosis de geriovitales. Me la meto mientras miro por el balcón, aunque no hay mucho para ver.

*******

Con la cara pegada al piso, echado cuan largo era y con los brazos extendidos como alas desplegadas a ambos lados del cuerpo, Yoloo escuchaba.

– Rechazarás la Cargacaliente y la Descarga para siempre

– Las rechazo

– Abrazarás a la Inmaculada, al Cristo Sufriente, al Hermano Arcángel, pidiéndoles​ perdón por los pecados y por la debilidad de la carne frente a la Cargacaliente, también les pedirás ayuda y guía para acabar con los inicuos, con los malos, los desviados, los perversos, los que ofenden al Padre y a la Santa Cruz

– Los abrazo y les pido

– Nos darás la prueba

– La daré

– Así sea o serás maldito

– Será así

Yoloo, el que iba a ser Juan, permaneció en la misma posición tanto tiempo como el que necesitó para estar seguro de su soledad. Entonces, se levantó, temblando de emoción y miedo. Todo permanecía casi igual en su hogar, en ese piso 27 del bapriv que compartía con no sabía cuántos pasivos.

Vio lo que ellos le habían dejado.

Era el tiempo de la Prueba.

************

Era el turno de un torneo entre Cruzados y Muslines, anunciaba la Descarga.

 

“La Libertad de Culto y Expresión solo ceden ante la protección de los ciudadanos”, dice la publicidad oficial. Los dejamos hacerse mierda entre ellos para que no nos revienten, acotábamos, muy divertidos.

Cruzados y Muslines se mataban oldestilo, con espadas y cimitarras, con hachas y lanzas, con cuchillos y sables. Era lindo y calmante verlos gritar, sufrir y morir.

El campo de batalla quedó adecuadamente sembrado de cadáveres mutilados. La banda de Cruzados ganó, informó la Descarga.

Los perros aprovecharon para saquear los restos y patear cabezas. Les divertía jugar con cabezas decapitadas.

Lucas había perdido un brazo, cortado a la altura del codo. Se desangraba bastante rápido mientras miraba como los perros jugaban con la cabeza de Gabriel. Habían matado mucho y bien, para Gloria de la Inmaculada, el Cristo Sufriente y el Hermano Arcángel. Con trece años, le costaba tapar el pecado de vanidad y moría pensando en la Gloria que se merecía.

Sugo no estaba para esperas. El dolor de las quemaduras lo enceguecía y solo se calmaba un poco cuando gritaba, corría y saqueaba. No tenía cartón, ni crías ni hembra. Apenas quedaba algo del Pozo, después del Ruido y del Fuego. No es que se acordara de eso, o tal vez sí. Tal vez había algo más que el dolor de las quemaduras en esa furia con la que le arrancó la ropa a manotazos, y le destrozó a garganta a mordiscones a ese que estaba dejando de ser Lucas.

Lo que quedaba de su jauría se había retirado, mientras Sugo aullaba su furia a los droides que, bien alto, vigilaban que nadie quisiera atacar el bapriv de esa zona.

“La Libertad de Culto y Expresión solo ceden ante la protección de los ciudadanos”.

 

************

Yoloo, el que iba a ser Juan, dejó su bapriv por primera vez en veinte años, pese a los gritos de advertencia de su Asistente. Siguió las instrucciones de sus futuros Hermanos y se alejó quinientos exactos pasos, tropezando a través del descampado. Tendría que acostumbrarse a caminar en esos suelos pedregosos, a respirar aire sucio y a sentir calor. Estaba contento.

La explosión del que fue su bapriv llegó a su paso quinientos. Lo que le habían dejado sus ahora Hermanos era algo poderoso, como la Inmaculada, el Cristo Sufriente y el Hermano Arcángel. Le habían ordenado que despertara su Poder y Él, Juan, el que una vez fue Yoloo, había cumplido.

La Cargacaliente se le insinuaba. «Ave María, llena eres de gracia…», entonaba Juan, mientras iba en busca de sus Hermanos; “…y al Cristo Sufriente y al Hermano Arcángel les pido​ perdón por los pecados y por la debilidad de la carne frente a la Cargacaliente, y les pido ayuda y guía para acabar con los inicuos, con los malos, los desviados, los perversos, los que ofenden al Padre y a la Santa Cruz…”

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Treinta y siete Cruzados contra cincuenta y dos muslimes. Después que los perros acabaran lo suyo, los droides se ocuparían de limpiar lo que quedara de esos ochenta y nueve cadáveres.

 

“Todos tienen Descarga, según su preferencia y posibilidad”, dice la publicidad oficial. Los dejamos hacerse mierda entre ellos para que no nos destrocen, insistimos, muy contentos.

 

El Bapriv donde vivía Silana reventó, me informa la Descarga. No hay sobrevivientes. No habrá más mezcla con ella, hermosa, exuberante y refinada Hembra/Macho. La Descarga nos mezclaba hace años (9323 días, me dice)

“No hay peligro en tu bapriv, no hay peligro en tu bapriv”, tranquiliza la Descarga. Llueven datos calmantes y optimistas.

 

Me desconecto, aliviado; y compruebo que mi cosa de machoviril está curada.

Mi Asistente me recuerda la próxima dosis de geriovitales. Me la meto mientras miro por el balcón, aunque no hay mucho para ver.

«Seguimos felices», pienso.

© Jorge Oscar Rossi, 2020

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