(En homenaje a Philip K. Dick y, en especial, a su cuento «Planeta de Paso» (Planet for Transients), que fuera publicado en 1953.)
Las algas se retiraron y con ellas se fueron los arrancadedos. Así lo avisaron. El pronóstico fue de tres días despejados, al menos, pero puede fallar, así que no es cuestión de desperdiciar tiempo.
Todos salimos a mirar el mar de cerca y la mayoría se preparó a nadar, aprovechando los días de la tregua. Los chicos no, claro. Los muy viejos tampoco. Y los alérgicos, menos, pero no somos muchos.
Así que la mayoría se dio las inyecciones y corrió al agua. El mar resplandecía y las olas rugían y los olores…los olores a sal, a cuasipeces, a gaviotas y a cosas que ni sabíamos nombrar, los olores nos envolvían y nos mareaban y nos asombraban.
Debíamos disfrutar de la Naturaleza cuando ella nos daba tregua. Era nuestro derecho y nuestro deber.
Algunos caminábamos y aquellos corrían y otros saltaban y otros rodaban con sus carritos por la playa, bajo un sol que hoy solo calentaba 35 grados. Cuando hace menos de 40 las algas se retiran de la costa. Claro que casi nunca hace menos de 40 en invierno.
Las burbujas, en cambio, siempre están en el mar, pero con las inyecciones la mayoría puede nadar o flotar o chapotear entre las olas sin morirse y sin graves daños. Por supuesto que se producían muchos casos de quemaduras y fiebre alta, pero nadie se muere por eso. Con los chicos las inyecciones no son seguras y con los muy viejos tampoco, en especial si pasaron por varios canceres de piel. A los alérgicos no les sirven, justamente porque son alérgicos. Es decir, no los pueden inyectar porque se mueren.
Como siempre, muchos de los de Adentro, los que no son de la costa, quieren venir y meterse en el mar. Pero es nuestro mar, así que no los dejamos. Y si las barreras pasivas no los matan, entonces los matamos con nuestros Asistentes. Ellos, los de Adentro, son mas, pero no tienen Asistentes. Desventajas de no-ser-nosotros. Generamos mucho por nuestras casas y por vivir en la costa. La Naturaleza no es para cualquiera.
“La Humonidad tiene que ganarse el derecho y el deber de vivir la Naturaleza”.
En la playa, estamos bañados en sudor y sé que olemos mal, pero llegamos al mar y el mar lo vale.
No recuerdo la última vez que pise la arena. No me gusta ver mis pies, ni mis piernas, ni mis brazos ni mi panza. No somos como debemos, según los buenos y viejos estándares. Me avergüenza verme a espejo aunque, si otros me preguntan les diré que estoy muy complacido con mi cuerpo de humonido perfecto.
Estos días sin generar me costaran una fortuna, pero el mar lo vale. Recuperaré mi cuota de generación suprimiendo sueño tres semanas.
No somos como debemos, según los viejos y buenos estándares. El mar no tendría que estar repleto de algas y los arrancadedos y los cuasipeces no deberían existir. Tampoco las burbujas, si vamos al caso. Y debiera haber arboles, arboles con troncos, quiero decir. El cielo no tendría que verse casi plateado durante el día y se supone que a la noche reina la oscuridad, oscuridad sin ninguna fosforescencia, ni verdosa ni azulada. Los estándares también marcan que por mi altura, mi peso correcto está en los 75 kilos, aunque yo peso 180. Berinio, uno de mis compañeros de casa, pesa 220 y no me llega a los hombros.
Los buenos y viejos estándares dicen muchas cosas, cosas que todos sabemos de memoria.
En la Humonidad todos creemos firmemente que algún día, pronto, volveremos, nosotros y el mundo todo, a los buenos y viejos estándares.
Falso.
Falso.
Falso de toda falsedad, pero si otros me preguntan, diré que es absoluta e indiscutiblemente verdadero.
La verdad es que en la Humonidad todos decimos que creemos firmemente que algún día, pronto, volveremos, nosotros y el mundo todo, a los buenos y viejos estándares.
Por lo menos, ese es mi caso y estoy convencido que con los demás es igual.
Por suerte no soy alérgico a las inyecciones que nos damos para poder estar afuera, porque sino ni siquiera podría estar cerca del mar. ¿Les dije que soy alérgico a las inyecciones que nos protegen del veneno de las burbujas? Supongo que olvidé contarlo porque es algo que me duele mucho.
Nunca pude nadar en el mar. Solo recuerdo lo que recordaba mi bisabuelo, que ya era humonido, y el no era un amante del mar como, por ejemplo, el tatarabuelo de Birinio, que todavía era humano.
Recién cuando mi padre murió del cáncer previsto y me licuaron su memoria entendí porque siempre, hasta cuando era joven, me pareció, mi padre, un viejo. Una vez terminado el licuado y ya con su memoria y la de mi abuelo, yo también me sentí y me vi tan viejo como él.
Pero, con el licuado, “la Humonidad mantiene la Tradición y no perdemos el contacto con nuestras raíces”.
Con la licuación supe y viví que cuando era un niño, mi abuelo se quejaba de que, algunas semanas al año, solo podía andar por la calle con máscara y cubierto de crema antisol de pie a cabeza.
También supe y viví que, cuando era un niño, mi padre se quejaba de que solo podía andar por la calle unas pocas semanas al año, con máscara y cubierto de crema antisol de pie a cabeza.
Pero no se tenían que dar inyecciones, así que no sé de qué se quejaban.
El licuado, cuando está bien hecho, no provoca pérdida de identidad. Si hay algo que tengo claro es que recuerdos son de mi abuelo, cuales pertenecían a mi padre y cuales son originariamente míos.
Por ejemplo, el olor de los pinos.
En épocas de mi abuelo, donde terminaba la línea de médanos aún se podían ver, y oler, los pinos. No eran grandes ejemplares (he visto imágenes muchísimo mejores) y estaban bastante lejos de los buenos y viejos estándares, pero ahí estaban.
El recuerdo de su aroma me hace llorar cada vez que estoy afuera y hoy no es la excepción.
Mi Asistente me levanta del suelo y me limpia la baba y las lágrimas. Quiero seguir llorando pero no me deja.
El olor de los pinos… ¿estos pinos?… ¿esos pinos? Para los estándares, ¿esta cosa azulada es un pino ?…el ruido de las olas…el olor a sal…
Mi Asistente me tiene que sostener y no soy el único. Los Asistentes son fuertes. Fueron diseñados para verse como eran los humanos, según los estándares, así que son altos, delgados y musculosos. Incluso unos tienen forma de hombre y otros de mujeres, tal como eran los humanos.
Los Asistentes fueron creados así para que su imagen sirva como un permanente recordatorio de la Humanidad para la Humonidad, suele decirse.
Berinio no quiso salir esta vez. Dice que quiere dejarse morir, como hicieron su tatarabuelo, su bisabuelo, su abuelo y su padre. Dice que quiere seguir su tradición y dejarse morir en la cama. Solo que esta vez nadie se licuara con él, porque fue su voluntad no generar hijos. No quiso mezclar su líquido con el mío ni con el de los otros compañeros de la casa.
Su final será total y definitivo.
Tal vez por eso no fue mi voluntad quedarme con él sino que imité a los otros compañeros de la casa y ahora estoy en la orilla, viendo como decenas, quizás hasta cien, entran al agua. Algunos, los más osados, sin sus Asistentes.
Antes eran miles los que nadaban en una playa como esta.
Pero ahora no hay miles. Apenas somos un par de cientos de humonidos en esta costa que cada vez parece menos nuestra.
Dicen que los de Adentro pueden nadar sin inyecciones y que las algas no les afectan. Incluso se las comen, si tienen oportunidad. Dicen que su olor ahuyenta a los arrancadedos.
Bueno, tampoco tienen dedos.
Ellos ya no tienen nada que ver con los estándares, ni creo que sepan que son los estándares.
“En la Humonidad todos creemos firmemente que algún día, pronto, volveremos, nosotros y el mundo todo, a los buenos y viejos estándares.
Falso.
Falso.
Falso de toda falsedad, pero si otros me preguntan, diré que es absoluta e indiscutiblemente verdadero.”
La verdad es que nos estamos muriendo, y una vez que la Humonidad esté muerta, el mundo seguirá sin nosotros, porque nuestro tiempo está pasando.
No hay Victoria en esta guerra. Apenas días de tregua, como este, donde podemos pisar la playa y, algunos, nadar.
Le digo a mi Asistente que me alce en sus brazos. Ya conté que son muy fuertes. No puedo correr al mar, así que el correrá conmigo hasta que no pueda hacer pie, hasta que las aguas nos tapen y las burbujas me quemen,… hasta que no pueda volver a oler los pinos de mi abuelo, ni oír el ruido de las olas…
© Jorge Oscar Rossi, Julio de 2015