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por Sol
Lazio y el lobo caminaban por la ribera del turbio Haggonder
buscando un puente, porque como todo el que pasa por allí sabía,
el río era incruzable, no tanto por lo que se creía había
bajo el agua, sino por el agua misma.
Caía el sol y la desolación aparecía, desde que aquél
tonto mago hizo cosas que ningún ser se animaría siquiera a repetir;
pero era necesario salir de esas tierras. Lazio se sentó en el suelo,
pero el pasto ardía y entendió entonces porque el lobo no podía
seguir caminando, por lo que lo subió a sus hombros y continuó
a marcha. Las llagas carcomían su carne, era el río o la consumición
total. Agachó su cabeza e imploró piedad a sus dioses, luego se
sumergió de un salto en las aguas. Se escucharon un grito y a su vez
un suspiro, y las aguas se volvieron claras, y la tierra se volvió fresca.
De Haggonder brotó el mago, riéndose a carcajadas.
© Sol, diciembre 2006
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