La idea, por llamarla de alguna manera, era salir a patotear la calle y masacrar unos cuantos Ecopibes o Sapos o Sangradores o cualquier chico de alguna pendeja y darle un ejemplo a todos para que se calmaran un poco, por lo menos uno o dos días.
Se le había ocurrido al Intendente, vaya uno a saber cuando, o a causa de que.

(Ilustración del artista cubano Abel Ballester)
El Intendente se lo ordenó a la Guardia Vecinal y el Jefe de la Guardia tuvo un ataque de llanto que le duró hasta que se acordó de darse con un biosintetico de ultima cosecha que lo dejó rígido dos horas. Cuando se ablandó y volvió a saber quien era, le habló al Intendente y, humildemente, le dijo que la última vez que habían hecho una cosa así, perdieron cinco Guardias mientras que los de las pendejas festejaron la victoria violando y destazando a los ancianitos de la Gerioresidencia Municipal.
Esto no inmutó al Intendente. Después de todo, lo de la Gerioresidencia fue un ahorro. Así que se limitó a pedirle chiches pesados a los de las Armadas, quienes se los alquilaron por una módica suma.
Cuando los niños de la Guardia Vecinal recibieron esa maquinaria, se pusieron muy contentos por tener esos nuevos juguetes y ahí nomás, llenos de entusiasmo juvenil, empezaron a probar las metrallas, las quebradoras, las cortadoras y las cremadementes, con el resultado de dos Guardias con los intestinos al aire y un tercero con el cerebro chorreándosele por la nariz, como crema de leche un poco acuosa.
A todo esto, el Jefe de la Guardia tuvo que salir a poner algo de orden y recién entonces los chicos se tomaron las cosas con más mesura. Cuando ya supieron distinguir entre la parte delantera y la trasera de la mayoría de las armas, el Jefe decidió que estaban listos para salir a dar un escarmiento y, lleno de autoridad, designó a Boelio para que comandara el show.
Lo único que reconfortó a Boelio de tal nombramiento, fue que eso significaba que podía usar la única armadura existente en toda la Guardia. Los demás niños, al enterarse de quien sería su jefe, lloraron y aullaron y patalearon y se revolcaron de rabia y abatimiento. Los que sabían teclear, hicieron testamento. Los que tenían hembra o macho queridos, les dedicaron una última masturbación.
Como sea, arreándolos a patadas, Boelio salió con su rebaño.
Allí iban, esa oscura noche de mayo, quince temblequeantes Guardias Vecinales de la Ciudad Autónoma de Lanús, comandados por Boelio, quien parecía aún más horripilante de lo habitual, todo cubierto por placas ceramitalicas su poco esbelto cuerpo y con un ovoide casco negro plantado en la pequeña cabeza. Un visor rojo impedía apreciar sus ojos torcidos. La nariz chata y los dientes rotos se escondían tras el bozal protector. En su brazo derecho portaba un cremadementes, no fuera a ser que algún gracioso de las pendejas también usara armadura.
Caminaba la tropa, por el medio de la ancha, desierta y semidestruida Avenida Pavón. Buscaban algo que se moviera para reventarlo y así reír felices y luego volver a casa a drogarse y dormir y soñar con mujeres irreales que solo conocerían en sueños.
El movimiento se demostró en forma de un lanzazo que dejó tumbado y definitivamente muerto al Guardia Garzia, quien se encontraba en la retaguardia y recibió el obsequio en la espalda. Garzia, poco digno, antes de morir se dedicó a chillar como un chancho al que estuvieran degollando con un cortaplumas mellado.
Sus camaradas huyeron en desbandada a esconderse, salvo Boelio, a quien la armadura lo volvía un tanto osado.
– ¡Salgan hidepús reventados!- Tronó, un tanto nervioso.
De pronto, todo se hizo rojo para el heroico idiota.
Cuando volvió a abrir los ojos, unos seres extraños bailaban frenéticamente al compás del fuego y de las piedras y de las luces. Después, creyó que todos, seres, fuego, piedras y luces, se estaban agotando, de tanto bailar.
Un rato más tarde se dio cuenta de que el que bailaba era su cerebro.
Más tarde aún, cayó en cuenta que los seres extraños no eran extraños, sino una común y corriente pendeja formada por siete u ocho Sangradores.
El fuego era fuego, un fogón en realidad.
Las piedras eran piedras y ladrillos y chapas y caños y basura, amontonado por todos lados. Las luces…bueno, eso no sabía de donde lo había sacado.
Boelio era lo suficientemente inteligente para darse cuenta que lo habían despatarrado con un cremadementes a baja potencia. No quisieron matarlo. Se limitaron a quitarle la armadura y dejarlo tirado ahí.
Se imaginaba el porque.
De pronto, en medio del más absoluto silencio se oyeron unos rápidos y nerviosos pasos y ahí apareció Ella…o El, o…que se yo. Era una cosa de casi dos metros, ancha de hombros y de abdomen, de cara barbuda y rasgos como tallados a martillazos por un borracho. Llevaba una enorme peluca rosa toda llena de largos rulos que contrastaba con el verde y azul de sus hinchados párpados. No estaría del todo mal, si no fuera por los labios plateados, el collar de grandes perlas, blancas y falsas, que le colgaba del engrasado cuello, el vestido fucsia de dama antigua que le llegaba hasta el suelo y los diez anillos de brillantes de utileria que lucía en los correspondientes dedazos de sus bestiales manos.
Hablando de manos, en la derecha sostenía el típico cuchillito de dos puntas que caracteriza a los Sangradores.
La cosa que ahora ocupaba todo el dolorido campo visual de Boelio, tenía el desagradable aspecto de ser el líder de la pendeja.
Para peor, parecía sedienta.
Antes que Boelio pudiera articular palabra, Peluca Rosada habló y, con aguda voz, dijo:
– He aquí hermanos en la sangre, he aquí la criatura que disfrutaremos. He aquí el jugo rojo que beberemos con placer, la carne que abriremos con amor, el alma que tragaremos con pasión y regocijo…-
Los miembros de la tribu aullaron felices. Peluca Rosada prosiguió:
– Esta es nuestra ofrenda y nuestro amor. Prepárense, hermanos en la sangre…-
El alarido de placer, grupalmente proferido, tapó el discurso de Peluca Rosada. Boelio se quedó con las ganas de saber como terminaba. Era un buen momento para que se le ocurriera una idea salvadora, de esas que nunca tenía. Recordó a Bebeto y Rosalía, una pareja de enanos con las que había constituido un vibrante triángulo amoroso hasta hacía solo una semana…
Peluca Rosada se le venía encima.
– ¡Noooo! – croó nuestro héroe.
Peluca lo ignoró y con su enjoyada manaza izquierda lo agarró del cuello.
– …go…nda…ooooorr.
Peluca creyó entender algo en esos ruidos barbotados por Boelio y, curioso como toda chica, le soltó el cuello y lo miró con inquisitivos ojos inyectados en sangre de mala calidad.
Boelio supo que era su última oportunidad y, aclarándose la garganta, repitió sus palabras:
– Tengo una ofrenda mejor.
Los Sangradores siempre están buscando ofrendas mejores.
– ¿Qué puede ser mejor que un Guardia Vecinal?- Quiso saber Peluca.
– Cualquier cosa. – Contestó Boelio.
En realidad era pura retórica ritual. Los Guardias Vecinales no eran algo codiciado por casi nadie, pero Boelio y Peluca sabían que había que regatear.
– No queremos cualquier cosa, y tenemos un Guardia. – Siguió Peluca.
– Yo les puedo dar, no una, sino dos cosas…dos cositas…
– ¿Cositas?.
– Aja.
– ¿Cositas?
– Así es. Yo lo digo.
– ¿Qué cositas?.- Peluca Rosada estaba muy excitado. Era hora de rematar.
– Enanos. Dos. Macho y hembra.
A Peluca casi le cayó baba por la boca. Sus hermanos en la sangre gritaron y se revolcaron de alegría. Uno de ellos se clavó por descuido su cuchillito de dos puntas en el brazo y los demás se le tiraron encima para chuparle la sangre. Peluca tuvo que poner orden y recordarle a sus muchachos que, entre hermanos de pendeja, no es decente andar chupándose los fluidos, de ningún tipo que sea, salvo consentimiento del chupado. Si Boelio no hubiera estado todavía tan mareado, era la ocasión para salir corriendo.
Por fin terminó el alboroto y Peluca volvió a lo suyo.
– ¿Dónde están esas ofrendas?- Pregunto, receloso.
– Yo los llevo.- Se ofreció Boelio, muy servicial.
A los Sangradores les encanta chupar la sangre y el alma de lo anormal. Buscan lo anormalmente hermoso o lo anormalmente feo. Boelio era una fealdad ciertamente notable, pero bastante común. Cuando Dios lo hizo, no estaba ni inspirado ni borracho. Digamos que, ese día, el Creador simplemente estaba desprolijo y cuando construyó a Boelio, no se preocupó por los detalles. Así que le salió una cosa funcional, pero como sin terminar.
Una pareja de enanos es otra cosa. Ahí Dios buscó dejar una señal. Dio algo en que pensar al resto de sus hijos. Les mostró su poder para crear aquello que es distinto. Les regaló una pálida imagen de las múltiples formas que corretean, galopan, saltan o se arrastran por las infinitas dimensiones que constituyen el total de su Creación. Lo anormal es una bocanada, un soplo, una ráfaga del aire que se respira en otros Universos.
Así piensan los Sangradores.
Los Sangradores que piensan. O sea, los Jefes, como Peluca Rosada.
Los otros Sangradores se limitan a aullar, bailotear y sangrar ofrendas. Por lo demás, están muy ocupados tratando de controlar sus esfínteres, como para andar pensando.
Boelio, escoltado por dos ululantes Sangradores, condujo a Peluca Rosada y el resto de la tribu pendeja hasta la caseta de Bebeto y Rosalía. No se sentía particularmente inmoral por lo que estaba haciendo.
Bebeto y Rosalía eran de los pocos Salidores que iban quedando, aparte la Guardia Vecinal y la rutilante muchachada de las pendejas. Pero, ¿Qué iban a hacer?. Nadie paga por ver dos enanos por la pantalla. Cualquier infeliz puede hacer un enano en pantalla. Un enano, un mono con ocho cabezas, una rana embarazada o lo que sea. Lo que la gente quería eran rarezas autenticas. Así que Bebeto y Rosalía mostraban su rareza a domicilio. Entonces iban y hacían su numerito. Se besaban, acariciaban y revolcaban a la vista de los dueños de casa. Ese era el show standard, pero también podían hacer otras cosas, siempre que les pagaran. Una vez un excéntrico los contrató para que cenaran con el. Nada más que para eso. Solo comer y portarse cortésmente.
Los dos enanos conocieron a Boelio una nochecita de verano en la que volvían de una función domiciliaria. Boelio estaba patrullando, o sea que se había escondido cerca de la puerta de entrada de la casa de la pareja. El Guardia los vio y quedo inmediatamente prendado por la rara belleza de estos monstruitos. A los enanos no les pasó igual, pero supieron evaluar la conveniencia de tener a un Guardia Vecinal de su lado. La Guardia no es gran cosa, ciertamente, pero es mejor tener un patético guardaespaldas que nada. Así que, todos felices, armaron un triángulo que hubiera funcionado bastante bien de no ser por la estúpida brutalidad de Boelio, quien insistía en violarlos noche y día. Esto puede estar bueno una, dos, tres veces, pero a la cuarta se torna un poco abusivo.
Bebeto y Rosalía aguantaron más que eso, pero el amor tiene un limite. Un buen día hicieron balance, constataron que la cuenta Boelio tenía mucho más en el debe que en el haber y entonces le impidieron la entrada al nidito de amor. Boelio protestó y gracias a eso los enanitos lo rociaron con gas vergonzante. Ahí quedó, tirado ante la puerta de entrada, todo pishado, cagado y vomitado, que ese y no otro es el efecto del gas vergonzante. Luego de eso y ya repuesto, el guardia juró venganza eterna a sus ex-amantes, pero a la semana de ese acontecimiento, casi había olvidado el suceso, tantos eran sus problemas inmediatos. Tampoco era tan persistente en sus convicciones como para ser un muchacho rencoroso.
Sin embargo, ahora era su oportunidad.
La jauría Sangradora, con su guía y Peluca Rosada al frente, llegó al hogar de Bebeto y Rosalía.
Los enanos vivían en el único departamento habitado y habitable de un antiguo monoblock. Había que subir diez ruinosos pisos por escalera para llegar hasta ellos y luego atravesar un macabro pasillo lleno de mugre. Los chicos de las distintas tribus pendejas solían ocupar el monoblock para hacer sus negocios, y ocasionalmente hostigaban a los enanos. Pero para Bebeto y Rosalía el lugar era bastante seguro, precisamente por ser inseguro.
El monoblock estaba tan lleno de lugares donde emboscar a algún enemigo y despedazarlo antes de que se diera cuenta, que los de las pendejas no gustaban de andar mucho por ahí. Hacer una expedición para reventar dos enanos no compensaba el riesgo de que los reventados fueran los expedicionarios.
Precisamente, eso es lo que pensaba Peluca Rosada, agazapado frente a las derruidas puertas del edificio.
– Vamos – animó Boelio- …las ofrendas nos esperan.
Peluca Rosada dudaba.
– Cositas chiquititas llenas de sangre – insistió el Guardia.
Finalmente, el grupo de aterrados Sangradores, acompañado por un igualmente aterrado Boelio, llegó al décimo piso.
¿Y ahora que?
No era momento de tocar el timbre y decir «Hola niños, venimos a descuartizarlos».
Además, no había timbre.
No había electricidad.
No se veía nada.
Era la ocasión para tener un plan, era el día (o la noche, mejor dicho) para que alguien se revelara y mostrase al Universo todo, cual era la razón por la que figuraba en el Plan Divino.
Como de costumbre, todos dejaron pasar la ocasión.
A lo bestia, tiraron abajo la puerta del departamento y entraron como tromba cayéndose unos sobre los otros.
Cuando terminaron de tropezarse y de caerse y de insultarse mutuamente, los invasores notaron la total ausencia de resistencia por parte de los invadidos.
A propósito, ¿Donde estaban los invadidos?.
El departamento, con sus ventanas selladas definitivamente para evitar cualquier incursión, estaba a oscuras y en silencio. Uno de los sangradores había logrado mantener encendida su antorcha y eso permitía apreciar el diminuto mobiliario: una mesita, tres sillitas, etcetera, etceterita. Todo chiquito, todo acomodado a sus ocupantes.
Lo único desmesurado era el asqueroso olor, que habría hecho vomitar a gente más delicada que los presentes.
En el dormitorio, sobre la camita en la que Boelio había hecho equilibrio más de una vez, encontraron a la pareja. Estaban tendidos uno al lado del otro, bien muertitos y un tanto putrefactos, a juzgar por el aspecto y la fragancia que inundaba todo el lugar.
Otra pareja de suicidas, la última moda de la temporada.
Es como que la gente se cansa de vivir y ahí se les ocurre matarse, a ver que pasa. La semana pasada había sido el turno de la esposa del Intendente y su amante favorito (de la esposa y del Intendente).
Ahora que Boelio lo pensaba, esa era una buena explicación para la decisión del Intendente de mandar a la Guardia a masacrar pendejas. El tipo querría desquitarse por la perdida. Al hijo de puta le gustaba actuar de esa manera. Así son los políticos…
Pero la imagen de los hediondos Bebeto y Rosalía trajo a Boelio a sus problemas inmediatos. El guardia acusó el impacto de la noticia y sus ojos se llenaron de lagrimas. Un pensamiento fatal estalló en su débil mente:
«Se acabaron las ofrendas.»
Ahora lo iban a cortar en tiritas. Se lo iban a desayunar, almorzar, merendar y cenar.
Peluca Rosada, un alma sensible por sobre todas las cosas, rezó una plegaria:
– Almas deformes de cuerpos deformes, ya no más prisioneras son de la ahora corrupta carne.
Almas deformes de cuerpos deformes, ya navegan por el insano Universo…
Almas deformes de cuerpos deformes, ya se elevaron al encuentro con su Terrible Creador…
La tribu Sangradora aulló solemnemente, como para darle un marco adecuado a estas últimas palabras.
Peluca Rosada se enjugó unas lagrimas y, ya recompuesto, dirigió una mirada asesina en dirección de Boelio, quien fracasaba en intentar pasar desapercibido.
– Debemos dejar esta morada- entonó el jefe Sangrador- ya no hay nada para nosotros. Tenemos nuestra ofrenda… – y señaló a Boelio- es hora de disfrutarla.-
Tres Sangradores arrastraron al desventurado guardia. Seguidos por todos los demás, desandaron el camino. Boelio pensaba en todos sus queridos amigos de la Guardia Vecinal.
Ya en plena calle, Peluca Rosada no quiso perder más tiempo:
– ¡Noooo! – croó nuestro héroe, demasiado aterrado como para ser original.
Peluca lo ignoró y con su enjoyada manaza izquierda lo agarró del cuello.
– …go…nda…ooooorr.
Peluca creyó entender algo en esos ruidos barbotados por Boelio y, fatalmente curioso, como toda chica, le volvió a soltar el cuello y lo volvió a mirar con inquisitivos ojos inyectados en sangre de mala calidad.
Boelio supo que era su última oportunidad (bueno, la última después de la anterior última, no sé si se entiende) y, aclarándose la garganta, repitió sus palabras:
– Tengo una ofrenda mejor.
Adivinen lo que siguió.
Adivinaron.
Los Sangradores siempre, pero siempre, están buscando ofrendas mejores.
– ¿Qué puede ser mejor que un Guardia Vecinal?- Quiso saber Peluca, esperando el consabido «cualquier cosa».
En cambio, Boelio sonrió malignamente y respondió:
– Muchos Guardias Vecinales.-
A Peluca esta vez se le cayó la baba por la boca. Sus hermanos en la sangre gritaron y se revolcaron de alegría, como de costumbre. Ninguno de ellos se clavó por descuido su cuchillito de dos puntas en el brazo, así que nadie se tiró encima de nadie para chuparle la sangre. Igualmente, Peluca tuvo que poner orden y recordarle a sus muchachos que eran una tribu civilizada y apegada a normas de conducta ancestrales. Boelio no estaba mareado, pero no quiso salir corriendo.
Como suele ocurrir, por fin terminó el alboroto y Peluca volvió a lo suyo.
– ¿Dónde están esas ofrendas?- Pregunto, receloso y medio olvidadizo, porque sabía donde quedaba la sede de la Guardia.
– Yo los llevo.- Se ofreció Boelio, muy servicial.
A los Sangradores les encanta chupar la sangre y el alma de lo anormal. Buscan lo anormalmente hermoso o lo anormalmente feo. Boelio, ya sabemos, era una fealdad ciertamente notable, pero bastante común. Cuando Dios lo hizo, no estaba ni inspirado ni borracho. Digamos que, ese día, el Creador simplemente estaba desprolijo y cuando construyó a Boelio, no se preocupó por los detalles. Así que le salió una cosa funcional, pero como sin terminar.
Un montón de Guardias Vecinales significa un montón de fealdades bastante comunes. Cuando Dios los hizo, no estaba ni inspirado ni borracho. Digamos que, ese día, el Creador simplemente estaba desprolijo y cuando los construyó, no se preocupó por los detalles. Así que le salió una cosa funcional, pero como sin terminar. Dios tiene muchos días así, tal vez porque se aburre de ser tan sabio y estar tan solo, o tal vez porque es un mocoso genial pero descuidado, o tal vez de puro vago e hijo de puta. ¿Quien puede saberlo?
¿Donde esta la anormalidad en un montón de Guardias Vecinales? Precisamente, en el montón. Es el amontonamiento de fealdades bastante comunes lo que le da el carácter de repugnante y grotesca anormalidad por el que suspiran los Sangradores. Ahí Dios buscó dejar una señal. Dio algo en que pensar al resto de sus hijos. Les mostró su poder para crear aquello que es distinto. Les regaló una pálida imagen de las múltiples formas que corretean, galopan, saltan, se arrastran o vaya uno a saber que otra cosa hacen por las infinitas dimensiones que constituyen el total de su Creación. Lo anormal es una bocanada, un soplo, una ráfaga del aire que se respira en otros Universos.
Los pensamientos de los Sangradores son monotematicos, mucho me temo, pero así piensan.
Los Sangradores que piensan. O sea, los Jefes, como Peluca Rosada.
Los otros Sangradores se limitan a aullar, bailotear y sangrar ofrendas. Por lo demás, (si, voy a repetirlo porque suena lindo), están muy ocupados tratando de controlar sus esfínteres, como para andar pensando.
Boelio, escoltado por dos ululantes Sangradores, condujo a Peluca Rosada y el resto de la tribu hasta la sede de la Guardia Vecinal. Sabía como entrar. Después, se podrían dar una vuelta por la casa del Intendente.
No se sentía particularmente inmoral por lo que estaba haciendo.
Además, siempre había querido probar un buen sorbo de sangre.
(c) Jorge Oscar Rossi, 2000.