Ismael miró complacido al Sacrificado. Gruñía, el Sacrificado, y se retorcía colgado cabeza abajo. Estaba convenientemente empapado de sangre. El tajo en el flanco derecho era adecuado, pensó Ismael.
Recordó el Génesis, capítulo 17, cuando su padre Abraham dijo:
«Si al menos aceptaras a Ismael como tal».
Pero Dios le respondió: «De ninguna manera, pues va a ser Sara, tu esposa, quien te dará un hijo, y le pondrás por nombre Isaac. Con él firmaré mi pacto. Haré una alianza eterna con él y con su descendencia después de él.”
-¡Si debo ser el hijo maldito de Abraham, que así sea!-, le gritó Ismael a su hermano Isaac, que moría cabeza abajo.
-Maldito eras, maldito eres. Mi padre Abraham te repudia porque Yahvé te repudia -, le contestó Isaac, con voz entrecortada.
-Desde entonces, el Señor de esta Tierra es mi padre- replicó Ismael.
-Así sea- murmuró su hermano.
Ismael, conocido en el barrio como Pancho y teniendo Francisco por verdadero nombre de pila, elevó la mirada al Cielo, desafiante.
Isaac, alias Toto, Víctor según su partida de nacimiento, aulló, murmuró algo ininteligible, arrojó sangre espumosa por la boca y, finalmente, murió.
El Buen Señor Satanás sonrió divertido mientras contemplaba la escena.
Moraleja: Si dejas a dos psicoticos con delirios místicos con la única compañía de un cuchillo y una soga, el Diablo tiene donde meter la cola.
© Jorge Oscar Rossi, junio de 2008