Estar en la carne es sentir dolor. Cruje el cuerpo, mi cuerpo. Mareado, débil, flojo, con náuseas, apenas me puedo sentar.
Las luces y colores borrosos se terminan convirtiendo en el blanco sucio de esa habitación. Me paro con muchísimo cuidado. Pasa largo rato hasta que parezco recordar cómo se mueven las piernas.
Dicen que es necesario Encarnar cada tanto. En todo caso, es doloroso y frustrante. El cuerpo es ante todo un límite. La carne y la sangre y los huesos pesan.
El espejo muestra una versión desmejorada de lo ya conocido: la piel más blanca, las arrugas más profundas, las úlceras más abundantes, el pelo ralo. Pedazos de carne blanca pegadas a un esqueleto contrahecho.
Dicen que es necesario Encarnar cada tanto. Para no dejar de ser humanos. Para no abandonar totalmente el mundo.
Dicen eso y yo lo repito. No estoy muy seguro de que me interese seguir siendo humano. El dolor, las náuseas y el mareo no me resultan seductores. Odio el límite que me impone el cuerpo.
En cuanto al mundo, se lo dejaría gustoso a los Botos. Que hagan lo que quieran. Están a cargo desde hace mucho. Se supone que saben perfectamente lo que tienen que hacer. Son Botos.
Este Boto, tal vez el mismo de siempre, me lleva a hacer la invariable recorrida y este mundo de colores y olores y vientos, este mundo tan… físico, no me genera ni amor ni asco. Es solo transitar por algo ajeno y no deseado. Es confirmar el acierto en la Huida, en el Gran Abandono, en el Éxodo, en el Escape Masivo.
¿Nos apagaran los Botos algún día? ¿Pueden apagarnos? ¿Se cansarán de nosotros? ¿Pueden cansarse?
Por fin puedo dejar otra vez este mundo. Por fin puedo Desencarnar, vivir sin límite, sin cuerpo, sin sangre, sin carne, sin dolor…
El Boto de Castigo desechó ese cuerpo que había cuidado durante ciento cincuenta años. Lo cuidó todo ese tiempo porque había que cuidarlo y lo desechó en este preciso momento porque había que desecharlo. Eran cosas que había que hacer, como tantas cosas que había qué hacer.
Y la vida sigue, pensó el Boto, porque eso era lo que había que pensar.
© Jorge Oscar Rossi, 2022