Obdulio Reyes era uno de los tipos más anónimos del mundo. Él lo sabía y disfrutaba con ello. Toda su vida había sido medianamente gordo, medianamente alto, medianamente pelado y, por sobre todo, medianamente inteligente o, por lo menos, eso es lo que siempre se ocupó de demostrar.
Se trata de un fulano anteojudo de cincuenta y cinco años, oficinista.
Nunca se había destacado en nada, ni para bien, ni para mal.
No era el mejor trabajando, bromeando, peleando, amando o mintiendo; pero tampoco era el peor. De haber cometido un crimen, a los posibles testigos les hubiera costado mucho describirlo.
Si existe eso llamado «el hombre medio, mediocre, común o gris» ese era Reyes, pero, seguro que tampoco se hubiera destacado por ello.
Obdulio, se sentía contento por su anonimato.
Estaba convencido de poseer una doble personalidad.
Se veía como una especie de Clark Kent, bajo el cual hay un Superman escondido. Pero no era su intención pretender luchar contra el mal, ni tampoco tenía fobia a la Kriptonita.
A Reyes le apasionaba lo paranormal: los Ovnis, la parapsicología, el ocultismo, etc. Su idea era que, mientras sus compañeros de oficina, pobres infelices, lo creían un igual, él, en realidad, era un investigador de lo extraño, siempre metido en la solución de intrincados problemas sobrenaturales. Consideraba que el disfraz de «hombre común» lo protegía.
Pero, en honor a la verdad, lo máximo que Obdulio hizo nunca en materia investigativa, fue pararse unas noches en la azotea de su casa, asistir a conferencias y leer algunos libros.
Jamás vio un Ovni, ni presenció algún fenómeno parapsicologico. Nunca lo persiguió un fantasma. Nunca lo visitó un muerto con la cabeza en la mano, dispuesto a contarle alguna espantosa historia. Drácula, el Hombre Lobo y el Abominable Hombre de las Nieves no habían pasado por su casa. Lo más horroroso que le había ocurrido, fue una citación de la Dirección General Impositiva, que le mandaron por error.
Él pensaba que su carencia de éxito era atribuible a la falta de suerte y que en cualquier momento comenzaría la aventura. Podría tratarse de viajar en plato volador hasta un planeta remoto donde lo recibirían como al Embajador de la Humanidad, o penetrar en un agujero tempoespacial y explorar mundos paralelos de inaudita belleza, o conversar con el cadáver de su tío Pocholo y preguntarle si de verdad fue un cornudo conciente, o cualquier cosa.
Mientras tanto, sus días transcurrían maravillosamente iguales.
Un viernes salió de su trabajo a las cinco de la tarde, como siempre y se dirigió a la estación Constitución, presa de una profunda excitación. Iba a tomar el colectivo 60. Pero este estado de alteración emocional no se debía a que Obdulio no supiera viajar en colectivo.
Sucede que se dirigía a Cabildo al 2900, en Belgrano.
En esa época, por allí se encontraba el Centro de Estudios Psicoespaciales (C.E.P.) de Fabio Zerpa, el conocido ovnilogo, parapsicólogo y actor retirado, profesión por la que aún hoy es recordado, con nostalgia, alivio o indignación, según el gusto del consumidor.
Reyes iba de vez en cuando a ese lugar. Esa tarde iban a dar una conferencia sobre «los avistamientos de Ovnis», con audiovisual y todo y no quería perdérselo.
La cosa comenzaba a las siete y media hora antes ya estaba Reyes por ahí. Era una tarde destemplada de invierno y por momentos caía una leve llovizna.
Obdulio entró en el local del C.E.P., que funcionaba en la galería «Cumbre», pagó su entrada como un niño bueno y se metió en la pequeña sala de conferencias.
Se sentó, como siempre, en el costado derecho de la quinta fila, al lado de un cuadro que mostraba un extraño paisaje que parecía de aspecto sobrenatural o algo así. Claro que no podría jurarlo por mi mamá, porque no soy un entendido en estos asuntos.
Había poca gente, como de costumbre. A la hora señalada para empezar la función, solo se encontraba ocupada la mitad de la sala.
La concurrencia se caracterizaba por su heterogeneidad.
Por ejemplo, si me acompañan, podemos tomarnos tiernamente de las manos y dar una mirada por el lugar.
Aquí tenemos a esa señora mayor, tipo matrona gorda, que está acompañada por quien probablemente es su hija. Las dos tienen el aspecto que uno se imagina cuando piensa en esas fanáticas de los teleteatros, las revistas sensacionalistas, los horóscopos, los chismes faranduleros y otros excitantes neurocerebrales de baja calidad por el estilo. Se las ve emocionadas.
Al lado tenemos a tres chicos de catorce o quince años. Impactan como típicos ejemplares de científicos en potencia, de esos que, después de frustraciones varias, crueles burlas de sus compañeritos e indiferencia familiar; terminan siendo honestos empleados, buenos ciudadanos, amantes padres, ejemplares esposos y completos idiotas.
Como sea, los muchachos lucen serios y reconcentrados, aunque algo nerviosos. Parecen convencidos de salir de este antro con la VERDAD UNIVERSAL a cuestas y eso los tiene algo intranquilos.
Atrás de ellos puede verse a un negro, quizás colombiano. Lo trajo un amigo. Tiene cara de estar muy confundido.
Tampoco podemos dejar de observar a esa chica como de veinte años que se ve allá, sentada en esa fila vacía. Está vestida exactamente igual que para ir a una fiesta de casamiento organizada por esas familias de clase media con ambiciones. Se muestra muy seria y algo solemne y desentona magníficamente bien en esta colección de desentonados.
Delante de ella, en la segunda fila, haciendo diagonal con Obdulio, se encuentran dos muchachos de veintipico de años con pinta de estudiantes de derecho o alguna cosa absurda así. Los chicos usan una ropita un tanto formal, que hace juego con sus caras, también muy standard. Nada chillón ni extravagante puede encontrarse en estos seres. Definitivamente, no son dos hippies perdidos en el tiempo. Conversan animadamente entre si y miran para todos lados con poco disimulo. Se nota que vienen por primera vez.
Bueno, lectores, podemos soltarnos las manos, no sea que terminemos encontrando agradable esta intimidad. El paseo ha terminado.
Espero no haberlos desanimado demasiado.
Todos los especímenes que hemos visto, fueron mirados más no observados por el querido Obdulio. Él no estaba para esas menudencias. Se encontraba absorto en sus pensamientos y bien sentadito en su silla. Trataba de decidir que le iba a preguntar al conferencista cuando terminara el audiovisual. Reyes nunca preguntaba nada, pero su carácter irresoluto no le impedía ejecutar este inútil ejercicio mental, por lo cual ni siquiera le servía para ahorrar energías.
Por fin empezó el espectáculo, que no era más que un video de un programa de televisión español sobre ovnis.
Al terminar, un señor barbudo, flaco, un poco pelado y bastante comprensivo, intentó explicar de la manera más científica posible, algunos aspectos del fenómeno OVNI, como decimos los que gustamos repetir frases comunes.
El flaco no logró su objetivo, por supuesto.
Sucede que si alguien se propone explicar en forma medianamente científica un tema como ese, tiene que evitar afirmaciones rotundas y limitarse a la exposición de hipótesis, la mayoría muy complejas.
Pero ocurre que el conferencista tenía ante sí a unos interlocutores, cuyo nivel intelectual puede ejemplificarse con las siguientes expresiones por ellos emitidas en el transcurso del «debate» posterior:
– Yo creo que los extraterrestres quieren comunicarse con nosotros para traernos Amor y Paz. – (La matrona gorda).
– ¿Podría dilucidarse el misterio de los OVNIS por medio de la conciliación de las teorías cuántica y de la relatividad? – (Uno de los inquietos adolescentes).
– Oye, que no puedo entender eso de la cuarta dimensión, que no me entra en la cabeza eso de la dilatación del tiempo ni nada, que esto es un lío, chico. – (El colombiano)
– Para mí, los extraterrestres y los Angeles son lo mismo. -(La hija de la matrona gorda.)
– El sistema de teletransportación de la serie Viaje a las estrellas, ¿puede funcionar? -(Otro de los inquietos adolescentes)
– Los dioses egipcios…todos los dioses, bah, son una forma simbólica de contar las visitas de los extraterrestres. -(La chica vestida para una fiesta)
– Si el Universo fuera infinito, o sea, sino tuviera fin, ¿cómo podemos saber que es infinito o que todavía no le encontramos el final, si por más que viajemos no se va a terminar nunca?. -(El tercero de los inquietos adolescentes.)
Lo peor era que todos hablaban con absoluta seriedad.
Ante esto, es poco lo que un expositor puede decir de manera coherente. La tentación de la chantada feroz sobrevuela sobre cualquiera que esté frente a semejante auditorio. Cualquier hijo del vecino sufre la incitación de decir alguna bonita gansada que suene como la VERDAD ULTIMA Y ABSOLUTA, cuando su público es una masa mayoritariamente compuesta por ignorantes y crédulos.
Sin embargo, en este caso, el temor a que en la platea hubiera alguien con mínimo sentido critico o el sentido de la responsabilidad lograron que el orador se quedara en las hipótesis.
Apenas uno los veía salir, se daba cuenta que los más de los presentes estaban lo suficientemente desencantados con el C.E.P. como para nunca más volver. En cambio, se mostraban anhelantes de topar con el primer gurú que les saliera al paso, informándoles a los gritos que Él era «el elegido por las entidades cósmicas para difundir las enseñanzas de la Hermandad Galáctica».
No era este el caso de Obdulio. Él indudablemente volvería al Centro. Obdu escuchaba a todos, no decía nada y no tenía nunca una opinión desfavorable sobre ninguna teoría. Todas le eran igualmente verosímiles. El caballero confundía incapacidad de análisis con amplitud de pensamiento.
A la salida, nuestro hombre se cruzó con el conferencista y, tímido cual un niño, le preguntó:
– ¿Vendrá el señor Zerpa el próximo viernes?
– Probablemente. Lo que pasa es que está muy ocupado. – Le respondió el pobre hombre, con un dejo de abatimiento, provocado, sin duda, por no poder ofrecer certeza ni siquiera en eso.
Tras su brillante inquisición, Reyes salió del local y comenzó a bajar la escalera que lo llevaba a la salida de la galería.
Ya en la vereda, se encaminó hacía Avenida Congreso, con la obscena finalidad de recalar en la pizzeria de la esquina donde, enfrentado a una chica de muzzarella y un chopp, se dedicaría a reflexionar sobre lo ocurrido en esa apasionante noche.
Fue allí, una vez incómodamente sentado, donde se percató que dos personas que también estuvieron presenciando el audiovisual se encontraban en la mesa vecina. Se trataba de los dos ejemplares con aspecto de estudiantes de derecho.
A Obdulio le parecía que ellos lo estaban observando con curiosidad.
Esto lo sorprendió.
Jamás, nunca desde que tenía memoria, y seguramente antes tampoco, había despertado la curiosidad de nadie.
«¿Qué querrán estos?», pensó.
Mejor dicho, ¿querrán algo?. Eso le parecía imposible. Si por lo menos fueran mujeres. Claro, eso ya entraba en lo milagroso. Obdulio era capaz de imaginar muchas cosas, pero no llegaba a ese extremo. Para él, las mujeres siempre fueron un objeto distante, desconocido y poco buscado, salvo para un poco de sexo pago muy de vez en cuando, porque la plata no le sobraba. Más allá de estas ocasionales transacciones comerciales, el trato de Obdulio con el sexo contrario se reducía a escuetos balbuceos monosilasibicos por su parte, cuando preguntaba o tenía que contestar algo.
Mientras Obdu rumiaba su sorpresa, con el tenedor y un cacho de pizza metidos en su boca en todo ese largo tiempo, uno de los vecinos de mesa se le acercó y no tuvo mejor idea que sacarlo de su actitud absorta con una pregunta:
– Discúlpeme. Lo vi en el Centro de Estudios Psicoespaciales. ¿Usted va seguido ahí?.
– Sí, a menudo. – Macaneó Obdulio, desconcertado porque, como de costumbre, no esperaba una cosa así.
– Entonces, usted debe ser una persona con cierto conocimiento sobre el tema.
– En realidad…sí, sí. Tengo conocimiento del tema. – El asombro crecía en nuestro héroe.
– Mi compañero y yo no sabemos prácticamente nada, pero nos interesa la cuestión. ¿Podríamos sentarnos con usted y hacerle algunas preguntas?.
– Sí, por supuesto. – Dijo el Inefable, mientras su rostro iba formando una amplia e infantil sonrisa. ¡No podía creerlo!. ¡Iban a consultarlo sobre Ovnis!. Cuando los dos hombres se sentaron frente a él, adoptó una expresión doctoral y los invitó a que preguntaran.
– Nosotros somos…estudiantes de derecho. – Comenzó el que ya había hablado, al que describiremos sintéticamente como un rubio bigotudo, para distinguirlo del otro ente, que no presentaba pilosidad alguna sobre el labio superior. Y siguió diciendo:
– Usted sabe, los abogados tienen fama de prosaicos, pero a nosotros hace un tiempo que nos empezó a interesar la cuestión. Dígame, señor…
– Reyes. – Dijo Obdulio, mientras pensaba en que ellos no le habían dicho como se llamaban.
– Señor Reyes, dígame, honestamente, ¿por qué piensa que existen inteligencias extraterrestres?.
A Obdulio nunca se le había ocurrido pensar «¿por qué?» existían las inteligencias extraterrestres. Para él, era una cosa obvia. ¡Era tan emocionante que existiesen!. ¿Cómo iban a estar solos, los seres humanos?. Como buen investigador de lo insólito, recordaba algunas teorías, que suponían altas probabilidades de vida extraterrestre, dada la inmensidad del Universo; pero nunca las había analizado y se sentía incapaz de explicarlas. Por supuesto que las había escuchado cientos de veces, pero nunca se preocupó por ellas. A él no tenían que explicarle o inducirlo a creer en inteligencias extraterrestres. Él siempre creyó en eso. Desde que tenía memoria. Desde que su papá le compraba el Billiken. ¡Que pregunta más tonta!. Además, por si hiciera falta, había muchas pruebas, fotos, películas, huellas y relatos de todo esto. Bastaba con eso y así fue como les dijo a sus expectantes interlocutores.
– De manera, – Soltó el sin-bigote, hablando por primera vez. – que por las pruebas de supuestos avistamientos de Ovnis, usted cree en inteligencias extraterrestres.
– Claro. – Dijo, resueltamente, nuestro esclarecedor ovnilogo.
– Pero, – Atacó el bigotudo. – ¿Por qué tienen que ser extraterrestres?.
– Porque no son terrestres. – Contestó Obdu, que nunca escucho hablar de un tal Perogrullo. – Y no son terrestres porque no pertenecen a la Tierra. Y no pertenecen a la Tierra, porque vienen de otros planetas, de otros mundos.
Francamente, casi parecía Einstein.
– Pero, ¿no piensa usted que pueden existir otros seres terrestres inteligentes, que no sean iguales ni vivan en el mismo lugar que los seres humanos?. – Dijo el lampiño.
– ¿Usted habla de personas que viven en otras dimensiones?. – Preguntó el nuevo Genio de la Humanidad, muy agrandado por su brillante intervención anterior.
– Bueno, si así le quiere decir, dígale así. – Lanzó maese bigotes.
– Yo leí mucho sobre eso, – mintió Obdu. – pero a mí me gusta más la idea de que son extraterrestres que vienen del espacio..
– ¿¡Cómo que a usted «le gusta»!?. – le escupieron, a dúo, sus asombrados alumnos.
– Este…quiero decir, – Se atragantó «el profesor». – que es científicamente mucho más probable la hipótesis de la inteligencia extraterrestres, que la que ustedes dicen. – todo esto lo dijo de un tirón, y ya sudando de terror, porque, por una vez en su vida, ya sabía lo que se venía.
– ¿Y por qué?.
Eso era lo que se venía.
Obdulio tragó aire y se largó a hablar:
– Bueno, por multitud de hechos…
A continuación, se metió de lleno en la explicación de un montón de teorías dignas de físicos y astrónomos, porque eran obra de ellos; teorías que él manejaba con la soltura de un asno alcoholizado.
El resultado fue muy triste.
Los alumnos ocasionales cambiaron una mirada de extrañeza cuando Obdulio hubo concluido su luminosa disertación.
– Dígame, señor Reyes, – Arrancó el sin-pelos-bajo-nariz. – si yo le afirmo solemnemente que nosotros somos seres de otra dimensión, para decirlo de alguna manera, si yo digo, además, que somos entidades cuya principal característica es la polipresencia…
– ¿Lo qué?. – Interrumpió Ob, que cuando se taraba por alguna explicación algo compleja se ponía un tanto bestia al hablar.
– A ver si me entiende…cuando le digo que nosotros somos polipresentes, lo que le quiero decir es que nosotros tenemos la posibilidad de estar en muchos lugares a la vez. Cuarenta lugares, dicho en sus números….Pero que estemos en muchos lugares al mismo tiempo no quiere decir que nosotros seamos muchas entidades distintas, sino una sola, pero con muchas manifestaciones físicas, cada una de las cuales puede estar en lugares distintos, haciendo cosas diferentes. O sea, el cuerpo nuestro, el mío, no es solo este que usted esta viendo ahora, sino que hay treinta y nueve manifestaciones más. Usted solo esta viendo un miembro de mi cuerpo, como si yo estuviera viendo solamente a su brazo derecho…¿Entendió, Reyes?
– ¿Eh?..ah, si, ¡Por supuesto que entendí! – Contestó el nombrado quien, como de costumbre, no había entendido un pepino, pero creía que sí.
– Y bueno, entonces, ¿qué nos dice?
– Esteee….que no creo que ustedes sean lo que dicen pero que… la hipótesis que me plantean me parece…razonable…eh…que está bien.
– ¿Por qué le parece razonable? – Dijo el bigotudo.
– Esteee…porque puede ser…pueden haber seres como esos.
– Y entonces, ¿Por qué no cree que nosotros seamos esos seres?
– Yyyy….porque no…porque ustedes no tienen ninguna diferencia conmigo…son iguales a mí.
Obdulio no les veía nada de sobrenatural, ni impresionante, ni impactante a esos dos. No tenían ojos amarillos, ni pelo naturalmente celeste, ni nueve brazos, ni glúteos naranja fosforescente, ni hablaban en un idioma raro. Él esperaba encontrarse con algo mucho más fantástico que esos dos rubios desabridos que ahora le salían con que eran de otra dimensión y que tenían cuarenta «manifestaciones físicas». ¡Mirá que bonito!. ¿Así que cada unos de esos salames tenían un cuerpo con cuarenta cuerpos distintos?. ¡Pero, mirá vos, que cosa!. Entonces él les podía contar que los pelos de su culo eran de fibra óptica, como le dijeron en chiste una vez en la oficina. Además, era una vergüenza. Primero le decían que querían aprender y después venían con cargadas.
– …A mí ni me vengan con cuentos…¿Qué, soy boludo, yo? – Les rezongó con una voz que, en lugar de enojo, sonó como un lamento.
– Esta bien, no se enoje. No lo queríamos ofender.
Un rato más tarde, los dos personajes se despidieron de Obdulio.
Este pagó su cuenta y se fue a tomar el colectivo. No estaba enojado. Nunca se enojaba «denserio». Pero se sentía molesto. Todavía que no podía hacer un descubrimiento fenomenal, lo venían a querer tomar por pelotudo.
«En fin», pensó, «seguro que un día de estos, algo va a pasar. Es cuestión de suerte.».
Y así pensando, subió al colectivo y se fue de ahí y también, afortunadamente, de mi linda vida.
Mientras tanto, en la esquina de Cabildo y Congreso, podemos ver a los dos rubios.
Estaban conversando. El de bigote le decía al otro:
– La verdad, estos que creen en los Ovnis, creen en cualquier cosa…
– Menos en lo que les contamos nosotros…
– Má, si….
Esto es lo poco que pude traducir.
Lo que estaban diciendo esos bichos en los otros treinta y nueve lugares, es otra historia.
(c) Jorge Oscar Rossi, 1994.