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EL CICLO ETERNO
Por Jorge Enrique Peredo
Bajo el azul, denso, profundo de la noche, estaba la torre, negra y ominosa
muy lejos del reino que se extendía a sus pies: el abismo de sombras y poemas,
del que se desprendían gritos y gemidos, el murmullo de los lobos y los cuervos,
el gorgoteo de la sangre fluyendo.
La doncella Gabrielle vivía en la torre, era una prisionera de su propio corazón;
su palacio había florecido de su propia alma envolviéndola, alejándola, ¨salvándola¨.
Encerrada en una campana de soledad lloraba sin que nadie la escuchara, observando
a través del cristal de sus lágrimas la eterna luna llena.
Ella, era una virgen más hermosa que un crepúsculo, o que una tormenta llena
de rayos purpúreos, era más pura que un cementerio cubierto de rosas y tulipanes,
más dulce que el sabor de su casta sangre, su himen era como la neblina que
nos niega la visión del paraíso, tenso, punzante, rogando por ser profanado;
todo su cuerpo era un templo de la lujuria, sus labios carnosos y rosados como
una vagina abierta rogando por una lengua.
En las noches lluviosas se asomaba por la única ventana de su vivienda, y escuchaba
el pulso nocturno que arrastraba el viento, derramaba sus lágrimas deseando
poder escapar, volar; pidiendo a gritos algo de amor, algo de libertad, algo
de pasión.
Tristán era un espíritu vagabundo, un ser del mundo exterior e infinito que
se perfilaba detrás de las paredes de la torre, él había cruzado mil eternidades
en busca de la virgen. Sabía que sus labios habían conocido otras bocas, de
cualquier modo, él la amaba sin siquiera conocerla. La única estrella en una
tierra de penumbra.
Finalmente llegó a ella, tuvo que volar más alto de lo que le permitían sus
alas. Con los músculos doloridos y el corazón encendido proyectó su sombra sobre
la cabecera de la cama donde Gabrielle soñaba, entró a la cámara llena de silencio.
Con movimientos nerviosos corrió las sábanas y admiró el desnudo cuerpo de Gabrielle,
las pequeñas y bien formadas prominencias de sus senos, sus morenos pezones,
el negro y revuelto vello púbico, su piel perlada de sudor mientras toda ella
se contorsionaba en los espasmos de una pesadilla erótica. Las manos de Tristán
dominadas por algún oculto poder se posaron sobre la carne temblorosa y excitada,
la recorrió apenas tocándola con las yemas de los dedos, como la brisa que nos
lame sin que nos demos cuenta.
Teniendo miedo de no contenerse Tristán dejó de tocarla, pero antes de partir
sembró un beso en la boca de la virgen.
Gabrielle despertó gimiendo, descubriendo avergonzada que sus dedos exploraban
su sexo, en su lengua tenía el regusto amargo de las tinieblas. Se llevó la
mano a la boca y vio que tenía un rastro de saliva, su mente fue bombardeada
con imágenes borrosas, de unos ojos oscuros, una cara de niño y unos dedos traviesos;
se quedó pensando en esto largo rato, deseando que quien quiera que fuese aquel
aparecido volviera para nunca irse.
Cada vez que ella cerraba los ojos, él la visitaba regalándole un beso, una
caricia, huyendo cuando ella se movía por miedo a asustarla, pero con esto solo
lograba que ella lo deseara más y con mas fuerza, volviendo sus fantasías mas
intensas, mas dolorosas.
- Ciclo eterno, ciclo eterno- murmuraba ella dormida mientras Tristán la envolvía
en el suspiro del deseo. - Tómame, consuma el ciclo.
- El ciclo eterno es el misterio. - Contestaba él.- La condena del poeta, la
enfermedad platónica, el amor no correspondido. Todo se repite una y otra vez
y mi corazón se rompe a lo largo de los eones de la misma forma en que las olas
rompen contras los arrecifes. Para tí todo es gris y no puedes aceptarme, no
puedo ser real, debo largarme, porque no puedes creer en el amor.Ciclo eterno,
ciclo, ciclo eterno.
- Eterno.
- Amor.
- Imposible.
- Eterno.
- Deseo.
- Interminable.
En ese momento ella abrió los ojos, venció las cadenas de su espíritu y sujetó
a su onírico amado; viéndolo por primera vez en mil años, lo aferró con violencia
y prácticamente le arrancó los labios con un salvaje beso, su lengua como un
látigo se posesionó de su mente.
Le arrancó el manto negro y lo aventó sobre su cama.
Tristán se le quedó viendo fijamente, anonadado, tras unos momentos reaccióno
y con suavidad y delicadeza recostó a Gabrielle, fundió sus labios con los de
ella, después lamió su cuello en un movimiento único, continuo incitante, bajando
por su hombro hasta sus senos deteniéndose en sus pezones erectos saboreando,
dando placer, luego continuó el viaje por todo aquel delicado y moreno cuerpo,
hasta la tupida selva del pubis, terminando su recorrido en la vagina donde
se recreó aun más. Luego se deslizó sobre ella en un movimiento convulso, oleaginoso,
facilitado por la capa de sudor que cubría a los dos.
La viril lanza de Tristán entró con delicadeza en el frágil sexo de la mujer,
el ahogó un gémido para continuar con las embestidas, aumentando el ritmo segundo
a segundo, subiendo el volumen, desatando la libido en toda su magnitud y.
- Ahhhhhhh.
- Ahhhhhhh.
La semilla de él corrió como electricidad por dentro del cuerpo de Gabrielle.
Se separaron automáticamente desparramando cálidas gotas desde cada poro de
sus cuerpos.
Gabrielle volvió a dormir. Al despertar no encontró ni rastro de aquel que robara
su himen, solo sus alas negras y palpables, tentadoras, húmedas aun por la actividad
sexual, ella las tomó sin contemplación y se las puso, brincó desde donde estaba
y quebró el aire con el batir de su nueva libertad, subió, subió y subió.
Tristán no ha dejado de caer.
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