(a Alfred Bester)
Nos cortaron la luz.
Lloramos y gritamos, pero no les importó, como a nosotros no nos hubiera importado el llanto de las cucarachas, en caso que esos bichos pudieran llorar.
Eso éramos para ellos: cucarachas.
(a Alfred Bester)
Nos cortaron la luz.
Lloramos y gritamos, pero no les importó, como a nosotros no nos hubiera importado el llanto de las cucarachas, en caso que esos bichos pudieran llorar.
Eso éramos para ellos: cucarachas.
Ismael miró complacido al Sacrificado. Gruñía, el Sacrificado, y se retorcía colgado cabeza abajo. Estaba convenientemente empapado de sangre. El tajo en el flanco derecho era adecuado, pensó Ismael.
Recordó el Génesis, capítulo 17, cuando su padre Abraham dijo: Sigue leyendo
La vida, su vida, es una farsa. Hace como que le gusta ser contador, como que tiene experiencia, como que le importan sus vecinos, su familia, pero no…
…no le importa nada…bueno, no nada, no le importa eso…. ser contador, hacer como que tiene experiencia, como que le importan sus vecinos, su familia…
Es un actor de día completo. Le gusta pensar eso. No, no es un actor. Es un fraude de día completo. De chico imaginaba otra vida para él.
El hedor se anunciaba desde cincuenta metros, o más.
Primero era algo dulzón, después era insoportablemente dulzón.
Cuando llegué a la puerta me tuve que parar, en parte porque estaba aturdido por tanto ladrido de los perros y en parte porque ahora el olor era simplemente asqueroso, no hay otra palabra.
No soy de estomago delicado ni mucho menos, pero me vinieron arcadas.
Me sobrepuse, uno se sobrepone a casi todo, y abrí la puerta.
Todo estaba normal a la vista, me dije después de vomitar. Al olfato, en cambio, era “lo más podrido”, “la putrefacción”, no sé como definirlo.
Con un pañuelo tapando boca y nariz y tratando de respirar lo menos posible me metí en mi casa. Como dije, todo lucía normal a la luz de la tarde.
Bueno, no todo.
Spocky estaba excitado. Veía a la Cosa y eso lo ponía terriblemente nervioso.
Martín, en cambio, solo tenía ojos para Mercedes.
Mercedes, a su vez, se limitaba a gemir penosamente.
La Cosa, por su parte, se sentía feliz.
Jeremías Lenk era Dios, así se lo había dicho Dios.
Mejor dicho, Dios le había dicho a Jeremías que él, Jeremías, era Dios. “¿El hijo de Dios?”, quiso aclarar Jeremías. “No, Dios”, le aclaró Dios.
De cuando era chico, lo primero que recuerdo es el miedo. Un miedo constante, un miedo anidado en el estomago y asiduo visitante de manos y piernas temblorosas. Un miedo básico que me acompañaba durante el día y poblaba mi mente en las noches.
Mis padres me consideraban retraído y frágil y me trataban como a un pobre infeliz a quien hay que cuidar mucho. Eso si, no me decían pobre infeliz; me decían Juancito y chiquito y querido y bebito de mamita y esas cosas cariñosas que se le dicen a los pobres infelices mientras se los sobreprotege. Sigue leyendo
Obdulio Reyes era uno de los tipos más anónimos del mundo. Él lo sabía y disfrutaba con ello. Toda su vida había sido medianamente gordo, medianamente alto, medianamente pelado y, por sobre todo, medianamente inteligente o, por lo menos, eso es lo que siempre se ocupó de demostrar.
Se trata de un fulano anteojudo de cincuenta y cinco años, oficinista.
Nunca se había destacado en nada, ni para bien, ni para mal.
No era el mejor trabajando, bromeando, peleando, amando o mintiendo; pero tampoco era el peor. De haber cometido un crimen, a los posibles testigos les hubiera costado mucho describirlo.
Si existe eso llamado «el hombre medio, mediocre, común o gris» ese era Reyes, pero, seguro que tampoco se hubiera destacado por ello.
Obdulio, se sentía contento por su anonimato.
Estaba convencido de poseer una doble personalidad.
Adriana, la chica levemente dark, era una virgen de 27 años que amaba el sexo duro y se masturbaba habitualmente con un crucifijo de plata heredado de su abuela. Estudiaba primer año de cine y sus dos amigos y compañeros de mesa le parecían tan asexuados como ella a ellos.
Según Aníbal, el viejo era una cosa inmunda.
Algunos días, cuando lo veía tirado en la cama, con los ojos mirando al techo, parecía un cadáver; tan quieto, tan falto de todo estaba.