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LA ULTIMA CARRERA
Por Gustavo Valente
Rubén largó y pedaleó con fuerza desde el primer momento, encabezando el pelotón
de corredores. El aire matinal le refrescaba la cara a pesar del clima caluroso,
lo que le permitía respirar tranquila y fácilmente. Tal como lo había planeado,
capitaneaba la carrera, acelerando y empleándose a fondo desde el principio.
Ya lograba una distancia aceptable entre él y los demás. Suponía, no sin razón,
que este ritmo lo podría mantener a lo largo de todo el trayecto. Pacientes
y constantes entrenamientos le habían permitido obtener esta perfomance, sin
contar que en esta vuelta ciclística era local y ya la había recorrido infinidad
de veces.
Desde ambos lados del camino le llegaban voces y saludos de la gente, expectante
de la carrera. A su vez, las sombras de los árboles le hacían parpadear cientos
de veces sobre el asfalto, gustaba internarse en esos túneles de semisombra
que le daban una sensación de indescriptible velocidad.
Tomó una curva y se inclinó gracilmente para contrarrestar la fuerza centrífuga
y, al ser una contracurva, acomodó su cuerpo inclinándose hacia el lado contrario,
pero esta vez fué menos grácil: el cuerpo pareció que se inclinaba demasiado
y tuvo que volverse bruscamente. Una mala acción que sin duda le había valido
algún segundo menos.
Imprimió más ritmo a su bicicleta para compensar el tiempo perdido, pero casi
instantáneamente sintió una reacción que no esperaba: una suerte de resistencia
contraria, inverosímil e imprevista, se le oponía. Aumentó un poco más su pedaleo,
pero la resistencia se hizo mas notoria, pensó que el viento se había puesto
en contra, sin embargo, no sentía diferencia en la brisa sobre la cara. Entonces
se dió cuenta que mas que una fuerza contraria que lo frenaba era él mismo el
que la provocaba: era como si su cuerpo pesara mas de lo debido y se hiciera
mas grande, creando esa resistencia aerodinámica. Giró la cabeza hacia atrás,
sus compañeros paulatinamente se le estaban acercando. Incrementó la velocidad
de los pies, pero ya sus competidores estaban sobre él.
La sensación que sentía era inexplicable y, sin duda errónea, pero no pudo evitar
pensar que, por suerte, la estructura de la bicicleta podría soportar normalmente
cualquier peso. Su cuerpo se le hacía tan enorme que se imaginó como dos o tres
gordos juntos
Quedó segundo, luego tercero, cuarto y, sucesivamente quinto. No podía explicarse
lo que le pasaba, se sentía en excelente forma, no estaba cansado, estaba pedaleando
cada vez mas aprisa y con mayor energía, tanto que le impresionó su velocidad,
tan rápida que le resultaba difícil distinguir lo que se hallaba al borde de
la ruta..
Pero a su pesar, los demás lo sobrepasaban. Hizo un penoso esfuerzo: las piernas
le respondieron y la bicicleta dió un salto hacia adelante rebasando a dos de
sus compañeros. Pero su sorpresa no podía ser mayor cuando nuevamente lo comenzaron
a pasar sin ningún esfuerzo. Parecía que cuanta más velocidad tenía su bicicleta
menor era lo que esta avanzaba, en tanto su masa se seguía multiplicando.
Fué ahí cuando su rabia estalló, no podía ser lo que estaba ocurriendo. Tenía
un ritmo inmejorable y, sin embargo, iba quedando último. ¿Es que acaso los
demás tenían mas velocidad que él? Por cierto que no, el pedaleo que mantenían
era el normal para una carrera y no parecía que estuvieran extenuados por el
esfuerzo; entonces ¿Qué le pasaba a él? Bajo todas luces tenía que ganar, el
estado físico le permitía que su ritmo siguiera incrementándose, tanto que si
bien no podía mirarse los pies atento al camino, supuso que estos debían ser
imposibles de distinguir de tanto que giraban. Pero también, había algo extraño
alrededor: los objetos al lado del camino los veía alargados hacia atrás imprimiéndose
de un tenue color rosado, como si fuera producto de la velocidad que llevaba;
por otra parte, se hallaba exhausto, tenía la sensación de que su pecho y cara
se le comprimían como si el aire se le estuviese haciendo cada vez más denso,
viscoso y gelatinoso.
La explicación se le apareció extraña, eficaz y convincente, pero no lo tranquilizó.
Los objetos alargados hacia atrás, la desviación al rojo, su masa incrementándose,
su lentitud o que también podía interpretarse como el tiempo que no transcurría
cada vez mas lento, todo tenía que ver con la impresionante velocidad que acarreaba.
Claramente visualizó como estos síntomas encajaban en la teoría de la relatividad,
esa parte de la materia la estaba estudiando ahora, no podía equivocarse. Pero
lo que lo intranquilizó fue que cuando alcanzase la velocidad de la luz, su
masa sería infinita, el tiempo se detendría y todo acabaría, él incluido. Inmediatamente
sacudió la cabeza, nada de esto tenía sentido, solo era producto de su cansancio
y su mente obnubilada. Dejó de lado esas ideas absurdas.
La carrera proseguía y pronto quedó último. Rubén no pensaba en otra cosa que
no fuera llegar. Su rabia e indignación le desbordaban y crecían tan deprisa
como la velocidad de su bici. Sentía su cuerpo absolutamente alargado y adquiriendo
proporciones monstruosas, tanto como las cosas alrededor de la ruta que ya no
las distinguía, el paisaje era una pared borrosa, amorfa y solo delante de él
podía ver con claridad. Su velocidad la imaginó tan impresionante que le dió
vértigo. No demasiado lejos vió que los demás ya habían llegado e, incluso,
parecía como si lo estuvieran aguardando.
Poco a poco, casi lentamente, la línea de llegada le fué apareciendo a la vista.
Debía faltar pocos metros para llegar, pero parecía que nunca lo iba a hacer:
su cuerpo lo notaba tan grande como el propio mundo, temía hacer cualquier movimiento
superfluo por miedo a desbalancearse, cada vez que respiraba era como si absorbiera
toda la atmósfera y cada pestañeo se le semejaba el cerrarse de unas tremendas
compuertas. De improviso una oleada de miedo le desencajó la cara; ¿Y si tenía
razón? ¿Si por un irracional revés de la física, se hallaba ahora a una velocidad
cercana a la de la luz? Quizá una anormalidad en las leyes del universo lo hubiera
transportado a otra dimensión espacio-temporal, en la cual la velocidad de su
bicicleta, irrisoria en sus coordenadas terrestres, fuera excepcionalmente vertiginosa
para el nuevo espacio-tiempo. Si así fuera corría el riesgo de colapsar si seguía
aumentando la velocidad. ¿O volvería al pasado? Nada de esto es real, pensó.
¿Alguien creería todo lo que le ocurría cuando se bajara de la bicicleta en
último lugar? ¿Qué dirían de él? Como se burlaría Horacio...
Creyó sentir unas voces de aliento. Parecía como si de pronto todo fuese más
lento y, a pesar de que su velocidad era tan, pero tan asombrosa, sentía que
avanzaba muy despacio. La rueda delantera se acercó a la línea, era lo único
que veía, pues estaba absolutamente obnubilado, un cono oscuro se cernía a su
alrededor, quizá era la relatividad que se cumplía, quizá su rabia y las lágrimas
que le inundaban. Sus piernas giraban a una velocidad pavorosa, pero la bicicleta
casi se detuvo al tratar de pasar la meta. Con claridad se dio cuenta que alcanzaba
la velocidad prohibida, debía detenerse, abandonar antes de que fuera demasiado
tarde, pero su mente racional y lógica le indicaba que ese razonamiento no podía
ser correcto bajo ninguna circunstancia, solo debía pasar la raya blanca y resignarse
a un resultado funesto. Sin embargo no pudo evitar que el pánico le oprimiera
la garganta: ¡Abandona! -le suplicaba su alma angustiada. Cerró los ojos con
fuerza, hizo un último esfuerzo sobrehumano y, mientras el corazón le golpeaba
como un martillo en las sienes, la garganta le quemaba y todo su colosal cuerpo
se negaba a seguir, cruzó la línea.
Durante ese instante infinito se convirtió en el Todo y la Existencia: el colapso
fue total, sintió el golpe de su cuerpo al achicarse, se quedó sin aire, el
paisaje volvió a su medida y color y luego, mientras escuchaba voces y exclamaciones
que se acercaban, cayó exhausto sobre la ruta.
(c) Gustavo Valente
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