Estar en la carne es sentir dolor. Cruje el cuerpo, mi cuerpo. Mareado, débil, flojo, con náuseas, apenas me puedo sentar.
Las luces y colores borrosos se terminan convirtiendo en el blanco sucio de esa habitación. Me paro con muchísimo cuidado. Pasa largo rato hasta que parezco recordar cómo se mueven las piernas. Sigue leyendo